Han pasado cinco años desde la llegada del SARS-CoV-2 a España y, más allá de los recuerdos de una etapa de nuestras vidas que parece ahora de ciencia ficción, casi nadie tiene ya presente aquella pandemia mundial. Casi nadie, salvo los miles de personas cuyos cuerpos les recuerdan a diario que un día el COVID los invadió. Desde 2021, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el COVID persistente como un conjunto de síntomas que afectan a personas que han pasado la infección aguda y que se prolongan más de doce semanas sin otra causa que los explique. Sin embargo, en la práctica los pacientes se enfrentan a un peregrinaje de médicos sin obtener respuestas claras. «Nos están dando el alta con la frase: ‘No podemos hacer nada por ti'», lamenta Isabel Quintana, presidenta de la Asociación Galega de COVID Persistente (Asgacop), creada oficialmente en 2023, pero ya se movía desde 2021.
Entre los síntomas más habituales hay más de cuarenta manifestaciones distintas, desde fatiga extrema y dolores musculares hasta problemas neurológicos y cognitivos. «No tiene curación, pero sí hay tratamiento para muchos de los síntomas», explica Quintana. Las estimaciones sobre cuánta gente está afectada son amplias. En las tres primeras olas del COVID se calculaba que hasta un 25% de las personas contagiadas podían desarrollar COVID persistente, pero las mediciones más recientes han bajado al 6%. Desde Asgacop consideran que la cifra real podría situarse en torno al 10%, lo que implicaría que, si en Galicia hubo un millón de contagios, unas 100.000 personas pueden estar afectadas.
Perfil prevalente: mujeres de entre 35 y 55 años
El perfil de los pacientes con COVID persistente muestra que el 75% de los casos son mujeres, y de estas, más de la mitad tienen entre 35 y 55 años. Sin embargo, Isabel Quintana insisten en poner también el foco en los más jóvenes, porque las secuelas sociales y psicológicas ya son muy graves. «Muchos están repitiendo curso, se están viendo aislados, no pueden jugar como el resto de los niños. Esta es la etapa de la vida en la que uno tiene más energía y ganas de hacer cosas, y el COVID persistente se lo está impidiendo”, explica.
El pasado verano, representantes de Asgacop se reunieron con el director de asistencia sanitaria del Sergas y con el conselleiro de Sanidade. En ese encuentro, se les prometió que se crearía un grupo específico de COVID persistente. “A día de hoy seguimos esperando”, denuncia Quintana.

Una de sus principales demandas es que no se cierre la única unidad de COVID persistente que hay en Ourense y que se garantice una atención homogénea y adecuada para los afectados. También reclaman la capacitación de los facultativos en todos los niveles, desde primaria hasta las especialidades. “Los médicos se están enfrentando a algo completamente nuevo y desconocido. Están detectando muchos problemas ginecológicos en mujeres con el COVID persistente”, añade.
La historia de Isabel y de otras muchas mujeres
Isabel Quintana no solo es la presidenta de Asgacop, sino también una afectada. Enfermera en el Complexo Hospitalario Universitario de Ourense (CHOU), en abril de 2020 dio positivo en COVID mientras trabajaba en el sistema de asistencia telefónica del Sergas. “Las primeras semanas fueron de mucho estrés. A los pocos días me quedé afónica y después vino un cansancio extremo”, recuerda.
“No podía caminar con normalidad, tenía dolores musculares que nunca había tenido antes. Me olvidaba de cómo se hacía la comida o de cómo se escribían las letras”, explica. A pesar de las pruebas médicas, sus pulmones estaban aparentemente bien, pero los síntomas no cesaban.
En 2022 se contagió por segunda vez, y su estado empeoró. Empezó a sufrir taquicardias, sudores y síntomas neurológicos más graves. Tras un largo proceso judicial, en marzo de 2024 consiguió el reconocimiento de incapacidad absoluta. Para ella es un golpe difícil de asimilar. Cuenta con ironía que ahora es «una mala ama de casa que se olvida de echarle sal a la comida”.
«No podía ni leerle un cuento a mi hija»
Carmela de Fernando, de 43 años, recuerda cómo su contagio en 2020 cambió drásticamente su vida: «Tenía una fatiga muy grande, no podía ni leerle un cuento a mi hija». A pesar de no haber sido hospitalizada, el cansancio la limitaba hasta el punto de no poder ni hablar por teléfono. Tras ser llevada a urgencias, descubrieron cicatrices en sus pulmones, «como si hubiese pasado una neumonía«, pero la recuperación nunca llegó. «La internista me dijo que adelgazara un poco y que todo estaba bien», cuenta, aún perpleja.

A esta situación se añadió el ERE en su empresa, intentó volver a trabajar, pero se vio obligada a coger de nuevo una baja por fatiga. A día de hoy, Carmela continúa de baja por fatiga crónica y denuncia la falta absoluta de seguimiento por parte del sistema sanitario gallego. «Mi médica de cabecera confía en mí, pero no ha habido seguimiento real», lamenta.
«Sigo agotada, hundida»
María José Gómez y su marido se contagiaron cuando apenas se tenían noticias sobre el virus en España, siendo de los primeros casos detectados en Galicia. Desde entonces vive «agotada y hundida». Pasó de pesar 105 a 66 kilos, perdiendo peso inexplicablemente. Los síntomas de la enfermedad le provocan náuseas constantes, no puede comer con normalidad y por ello está perdiendo masa muscular. “Tengo 50 años, pero aparento 75”.
Los últimos cinco años de María José han consistido en ir de especialista en especialista. Calcula haber visitado por lo menos a siete o nueve médicos diferentes. La última prueba realizada fue una prueba de fuerza pulmonar, en la que apenas pudo soplar unos segundos. María José está indignada, asegura que el Sergas canceló el seguimiento y le «dijeron que ya no iban a hacerme más pruebas, aunque a base de insistir he conseguido que algunos especialistas me atiendan». Esta situación “desesperante” y “sin respuestas” la ha llevado a rechazar incluso volver a ponerse vacunas contra el SARS-CoV-2.

Juan Carlos Rodríguez, de 48 años, es otro afectado. Porque esta dolencia también afecta a los hombres, aunque en mucha menor medida. Se contagió por primera vez en 2022 y desde entonces sufrió tres contagios más. Desde la primera infección sintió que quedó tocado físicamente. «Tengo cefaleas después de esfuerzos físicos, caída de saturación de oxígeno y un agotamiento extremo», explica Juan Carlos, quien se encuentra actualmente en incapacidad laboral por cefaleas.
«Los médicos no saben de dónde viene esto. Es todo prueba y error», lamenta. De hecho, ahora está tomando unas pastillas originalmente indicadas para la epilepsia, pero que también se utilizan para tratar cefaleas de origen desconocido. El neurólogo dijo que podría ser algo que ya tenía antes del COVID, pero que el virus lo ha activado de una forma que no consiguen controlar. Al igual que María José, también va saltando de un especialista a otro, de neumólogos a neurólogos, sin encontrar respuestas claras. Afirma que sí se vacunó y cree que, de no haberlo hecho, los efectos podrían haber sido aún peores.

Las vacunas han reducido los casos
La sospecha de Juan Carlos la confirman los datos. Uno de los pocos datos que sí se conocen sobre el COVID persistente y que insisten en recalcar desde la Asociación Galega de COVID Persistente (Asgacop) es que la inmensa mayoría de los afectados se contagiaron antes de la llegada de las vacunas. “Desde que aparecieron las vacunas, hay menos casos. Esto refuerza su importancia en la reducción de los efectos adversos del COVID ”, señala Isabel Quintana.
Sin embargo, el problema no ha desaparecido. Está demostrado que cuantas más veces una persona se contagia, mayor es la probabilidad de desarrollar COVID persistente. “El riesgo aumenta de manera exponencial con cada nueva infección”, advierte la presidenta de Asgacop.
Desde la asociación insisten en que es fundamental invertir en investigación porque “hay mucho desconocimiento» y se ncesitan estudios sobre los efectos a largo plazo, sobre cómo afecta a distintos órganos y sobre qué tratamientos pueden ser más eficaces. Además de una «atención homogénea y adecuada», reivindican.
¿Cómo saber si tengo COVID persistente?
Un estudio del Centro Singular de Investigación en Química Biológica y Materiales Moleculares (CiQUS) de la Universidade de Santiago de Compostela ha identificado un posible indicador clave para esta condición: los lípidos en sangre. La investigación, liderada por la científica Rebeca García Fandiño y con Pablo F. Garrido como autor principal, señala que algunas alteraciones en los lípidos —las grasas que circulan por la sangre— podrían servir como biomarcadores del COVID persistente. Fandiño explica que el virus no solo afecta al cuerpo durante la infección activa, sino que puede dejar secuelas a largo plazo. Una de ellas es la alteración de las membranas celulares, compuestas mayoritariamente por lípidos.
Identificar qué lípidos están alterados podría abrir la puerta a nuevos tratamientos. Si bien estos lípidos no predicen quién desarrollará COVID persistente, sí pueden ayudar a diagnosticarlo en quienes ya presentan síntomas. «El diagnóstico temprano es crucial para implementar intervenciones adecuadas y mejorar la calidad de vida de los pacientes», destaca la científica.
El equipo de investigadores de la Universidade de Santiago utilizó técnicas avanzadas de lipidómica, analizando casi 400 tipos de lípidos polares distintos. Mediante minería de datos y aprendizaje automático, lograron desarrollar modelos que distinguen con precisión entre pacientes con y sin síntomas de COVID persistente.
El estudio, cuyos resultados han sido publicados en ‘Journal of Infection and Public Health’, refuerza la hipótesis de que el COVID persistente tiene una base biológica medible. Con más avances en este campo, podría ser posible diseñar tratamientos específicos que ayuden a quienes siguen sufriendo las secuelas del virus.