Galicia e Irlanda son tierras hermanadas por la historia y, según un estudio del Trinity College de Dublín, incluso por la genética. Arqueólogos y expertos en genética sostienen que los primeros habitantes de Irlanda llegaron a la isla desde las regiones vasca y gallega. La cercanía y la conexión proporcionada por el océano Atlántico parecen haber forjado un vínculo especial entre ambos pueblos, no solo en lo cultural, compartiendo música, danza y tradiciones folclóricas atribuidas a un pasado celta común, sino también a través de la historia de la emigración entre ambos territorios. Tanto Galicia como Irlanda llevan en su esencia el legado de la emigración. Este fenómeno recurrente ha marcado profundamente su devenir histórico.
Ambas regiones se han caracterizado por haber sufrido grandes flujos de emigración, exportando paisanos al continente americano, sobre todo en 1845 a raíz de la Gran Hambruna. Pero, también hubo irlandeses que marcharon a tierras gallegas en el S. XVII. A principios de siglo hubo una primera oleada: una minucia con respecto al total de emigrantes que llegó cuando el inglés Oliver Cromwell invadió la isla Esmeralda para anexionarla a Gran Bretaña a mediados de siglo.
Miles de irlandeses huyeron. Cromwell había prohibido a sus soldados «perdonar la vida a cualquier hombre que portara armas». Casi tres mil irlandeses fueron exterminados. Y la noticia de que se pretendía eliminar a los realistas y católicos irlandeses que se oponían al nuevo gobierno circuló por toda Irlanda.
Cromwell llevó a cabo una represión extremadamente violenta, con masacres, confiscación de tierras y deportaciones. Entre 1653 y 1655, Galicia recibió una gran cantidad de irlandeses. Entre estos refugiados había nobles, clérigos y monjas, llegaron principalmente al puerto de A Coruña y, desde allí, muchos emprendieron el Camino Inglés hacia Santiago de Compostela.
Primera oleada
En 1601, la primera oleada de refugiados que llegó a España tras la batalla de Kinsale, había generado conflictos y tensiones. Como era de esperar, la Corona de Madrid no deseaba tener elementos desestabilizadores cerca de la Corte, y en aquel momento concentró a los refugiados en ciudades y pueblos del Reino de Galicia. Los problemas logísticos de ese momento no fueron tan grandes con respecto a los que se afrontaron en la segunda ola tras la invasión de Cromwell.
Cincuenta años después, otra generación de cientos de irlandeses e irlandesas arribaron a los puertos gallegos. Las autoridades de Galicia —que ya tenía problemas internos como la guerra de Portugal y Cataluña y el hambre y la peste—, resolvieron establecer las famosas “cuotas” en las que se repartieron refugiados por las siete provincias —excepto Tui y Ourense, las más perjudicadas por el conflicto bélico—.
Por su parte, el cabildo de Santiago de Compostela, gracias al estatus económico y a la misma religión católica que les unía con los recién llegados, brindó ayuda a sacerdotes, clérigos y nobles irlandeses exiliados, proporcionándoles vestimenta, limosnas y apoyo económico. Hay registros de donaciones y apoyo financiero para ellos y sus familias. Una presencia que se constata en la existencia del Colegio de los Irlandeses en Santiago a principios del siglo XVII.
Eso para las clases privilegiadas, pero ¿qué pasó con los refugiados de segunda o de tercera? Las “cuotas” fueron consideradas medidas insuficientes por autoridades locales, que se veían sobrepasados e incluso desconfiaban de la lealtad de los exiliados irlandeses: el gobernador militar de Coruña y el alcalde de Betanzos llegan a solicitar a la Corona que los irlandeses sean expulsados de Galicia lo antes posible.
Integración paulatina
Y es que, aunque al principio muchos irlandeses no lograron integrarse en la sociedad gallega, por desconfianzas y recelos por parte de la población local hacia estos extranjeros. Tenían sus propias costumbres y prácticas comerciales, y esto representaba un cambio en el orden establecido. Pero con el tiempo, estos conflictos se fueron suavizando y los irlandeses se integraron en la vida económica y social de Galicia, aportando al desarrollo de la región y a su cultura, a través de la música, la danza y otras tradiciones.
Muchos irlandeses y sus descendientes se integraron plenamente en la sociedad gallega, participando en su vida política y social. Una influencia que se refleja en la arquitectura, la toponimia local y en la memoria histórica de Galicia. Se podría decir que su llegada contribuyó al desarrollo y enriquecimiento de la región.