Galicia está en el punto de mira de la masificación turística. En el primer semestre de 2024, la llegada de viajeros aumentó un 5,6% respecto al mismo período de 2023, con 7,5 millones de visitantes frente a los 7,1 millones del año anterior. Este boom no es casualidad: un clima más templado que otras regiones de la península, la mejora en los tiempos de viaje por la llegada del AVE y el auge de su presencia en redes sociales han convertido a Galicia en un destino cada vez más deseado. Sin embargo, este rápido crecimiento plantea serias preguntas sobre su sostenibilidad y el impacto que puede tener en el entorno natural y en las comunidades locales.
La Dra. Antonia Pérez García es profesora en la Facultad de Turismo-UDC en el Departamento de Sociología y Comunicación. Sus líneas de trabajo son el Turismo relacionado con el Desarrollo Local, Comunicación (Relaciones Públicas) y Turismo y Género:
—¿Cuáles han sido los principales efectos de la masificación del turismo en Galicia?
—Hablar de masificación no sería del todo realista. No estamos afectados en toda su amplitud ni en todas las zonas de Galicia, si lo comparamos con la masificación extrema de otras comunidades autónomas. Pero sí estamos sufriendo los inicios de una masificación, especialmente en la costa, puesto que sigue habiendo predilección por el turismo de sol y playa.
Pero actualmente se tiene más consciencia de que esto puede acarrear una serie de impactos negativos: sobrecarga en el territorio, la turistificación por procurar la satisfacción del turista, cayendo en una adaptación perniciosa del entorno, el incremento de precios, la especulación inmobiliaria, pérdida de identidad cultural, pérdida de calidad de vida de la población local, contaminación acústica, acumulación de residuos, daño en los ecosistemas… A veces el turismo masivo viene acompañado de un turista poco respetuoso y sensible con lo sostenible.
— ¿Afecta diferente el turismo a Santiago que a otras localidades costeras?
—Santiago debe tener un trato diferente en este análisis porque es un referente: un reclamo turístico de gran relevancia. Se ha visto afectado por la masificación, especialmente en los accesos a la ciudad y el casco histórico por los peregrinos. Según las cifras oficiales de la Oficina del Peregrino de junio 2024, que el número de peregrinos ha aumentado un 26% desde 2019. La ratio de peregrino por habitante se ha disparado alcanzando niveles insostenibles para un destino maduro.
— ¿Podría hacer un “mapa” de cómo se encuentra la situación?
—El mapa podría ser el siguiente, más masificación en Rías Baixas, concentrado en zonas costeras de Sanxenxo, Baiona, Cambados, A Guarda, Cangas o la península del Morrazo… Las Rías Altas, tampoco escapa de esta visión, diríamos que Cabo Ortegal, San Andrés de Teixido, Oleiros… Preferentemente en zonas costeras.
Las últimas noticias de este pasado mes de agosto han puesto de relieve algunos escenarios de manifestaciones de turismofobia como, por ejemplo, la solicitud, por parte de la población de la zona del Morrazo en Cangas, una reorganización del tráfico para acceder a las playas, o el caso del cierre de un establecimiento por culpa de los “fodechinchos”, en el caso de Mera en Oleiros.
—¿Corremos el riesgo de convertirnos en otra Costa del Sol?
—Debido en especial al cambio climático, podríamos correr el riesgo de convertirnos en otra Costa del Sol. La comunidad local no debe padecer la pérdida de calidad de vida y su propia identidad cultural en pro de la obtención del beneficio económico.
Hay que trabajar algunos puntos débiles como la estacionalidad, fomentar la sostenibilidad, preservando nuestros recursos y controlando los impactos, además de promocionar los establecimientos verdes, productos Km0, etc. Además, hay que considerar y prever la turistificación, la gentrificación o la especulación de los alquileres de ciertos sitios, sin dejar de lado a la comunidad local. Hay que lograr una buena gobernanza en la que se implique a todos los actores sociales, con una planificación coherente de forma más colaborativa entre lo público y lo privado.
—¿Podría llegar a haber desigualdades sociales debido a este fenómeno?
—Por supuesto, se puede caer en el llamado monocultivo turístico, abandonando otras actividades económicas, lo que puede acarrear graves consecuencias económicas y sociales, especialmente cuando cae la demanda turística. La exclusión social y residencial de la comunidad local debido a la inflación de los precios de productos de primera necesidad y del parque inmobiliario o escasez de su oferta, desaparición de servicios mínimos, el crecimiento de la precariedad laboral y el abandono escolar temprano en zonas muy masificadas. Repito, de ahí la necesidad de investigar y tomar medidas eficaces que nos permitan prever futuras consecuencias.
— ¿Hay infraestructura para estos aumentos tan bruscos de volumen de turistas?
—Hay que redistribuir los flujos de visitantes y repartir en otros periodos del año, sin que ello merme la calidad de vida de la población. Por ejemplo, en las Islas Baleares se puso en marcha una app y avisos en tiempo real de los accesos a las playas y controladores en los parkings, para controlar los flujos y evitar la saturación de ciertas playas. Promocionar otras zonas menos masificadas y conocidas, también es interesante.
Lo cierto es que hay que poner unos límites a la ocupación turística cuando es depredadora, teniendo en cuenta impactos sociales, culturales y medioambientales. Los brotes de turismofobia nos informan de que hay cosas que no se están haciendo correctamente y de que existe malestar, por lo que hay que hacer especial hincapié en la interacción entre turistas y residentes.
— ¿Perspectiva personal?
—Quiero ser optimista y pensar que estamos a tiempo de hacer las cosas bien, solo necesitamos trabajar en la línea de un turismo más sostenible, consciente y respetuoso a todos los niveles.