«A veces basta con una hora de conversación, un poco de compañía y un corte de pelo para devolverle a alguien las ganas de seguir peleando». Con esa idea en la cabeza, Rober decidió poner en marcha un proyecto social que combina su oficio con la solidaridad. Sale de la barbería, se carga de máquinas, y busca a personas que viven en la calle dispuestas a sentarse en una silla improvisada.
El proyecto arrancó como una prueba, sin saber cómo reaccionarían las personas a las que se acercaba por la calle. «Tenía dudas de si se lo tomarían mal o si lo interpretarían como una ofensa», cuenta. Pero bastó una primera experiencia positiva para que se animase a continuar. Desde entonces, lleva varios meses recorriendo la ciudad en busca de nuevos encuentros.
«Las personas con las que he coincidido lo agradecen, sobre todo, por acompañarlas. Les haces sentir que no todo el mundo pasa de ellas». Uno de los casos que más recuerda es el de un chico que antes se dedicaba al culturismo y al deporte, pero la muerte de sus padres le golpeó con fuerza y acabó tomando un mal camino.
Tras aparecer en uno de los vídeos, empezó a ser reconocido por la calle. «Mucha gente lo paraba, le ofrecía ayuda… incluso notaba que lo miraban de otra forma, ya no lo juzgaban igual». Porque con estos vídeos, Rober muestra la cara menos visible de estas personas: su historia real, la que permite dejar a un lado los prejuicios.
«Esto debería salir en todos los medios»
Los vídeos que sube a Instagram se han convertido en una ventana a realidades que a menudo pasan desapercibidas. Muchos usuarios de redes sociales destaca el gesto y la humanidad de Rober —@revorcuts en Instagram—. «Qué importante lo que haces, gracias por recordarnos que todos merecemos dignidad», «Ojalá más personas como tú» o «Esto debería salir en todos los medios», son solo algunas de las frases que recibe el barbero que demuestran que a veces un pequeño gesto lo cambia todo.
En algunos casos, incluso ha surgido la posibilidad de ayudar más allá del corte de pelo. «Me han escrito para ofrecerles trabajo, material, o simplemente para darles ánimos. Yo lo que hago es mediar: les paso el correo de esas personas para que puedan hablar directamente con ellos».
Folgar, que empezó a cortar el pelo a los 15 años, compagina su trabajo diario con este proyecto, aunque a veces «es difícil sacar tiempo, porque trabajo de lunes a sábado». «Pero siempre que hay algún hueco que intento aprovechar».