«Admiro a mi abuelo profundamente. Probablemente, sea el mejor novelista español del siglo XX»

Marcos Giralt Torrente presentó este lunes, 25 de agosto, «Los ilusionistas» en la Central Librera de la calle Dolores, en un acto acompañado por el crítico y escritor Vicente Araguas.
El escritor Marcos Giralt Torrent, ayer en Ferrol, donde presentó 'Los Ilusionistas', su última obra
El escritor Marcos Giralt Torrent, ayer en Ferrol, donde presentó 'Los Ilusionistas', su última obra

El escritor Marcos Giralt Torrente presentó en Ferrol su último libro, «Los ilusionistas», en la Central Librera de la calle Dolores. Lo hizo en conversación con el crítico y escritor Vicente Araguas, con quien desgranó el origen del proyecto, el trabajo con materiales familiares y sus vínculos con su abuelo, el escritor ferrolano Gonzalo Torrente Ballester.

La obra dialoga con «Tiempo de vida» y completa un díptico sobre memoria y filiaciones: si aquel surgió tras la muerte de su padre, este mira a la rama materna para trazar un retrato coral de la familia donde aparece, entre otros, Gonzalo Torrente Ballester. El libro recupera la figura de Josefina Malvido y aborda sin mitificaciones los claroscuros de sus personajes, al tiempo que reafirma el vínculo del autor con Galicia.

—En Tiempo de vida diseccionabas la relación con tu padre; en Los ilusionistas te centras más en la familia materna y en la figura de tu abuelo. ¿Has cerrado un ciclo personal de reconciliación con esta obra?
—No cabe duda de que Tiempo de vida y Los ilusionistas son dos libros hermanos. De cierto modo, no habría podido escribir Los ilusionistas sin haber escrito antes Tiempo de vida. Tiempo de vida fue un libro muy urgente, nacido a raíz de la muerte de mi padre, y se escribió con la urgencia del duelo. Tuve que aprender, sobre la marcha, a escribir un libro con material real. Ese aprendizaje lo apliqué años después en Los ilusionistas. No sé si cierra un ciclo ni si habrá en el futuro un tercer libro en esa línea, pero de momento forman un díptico.

—En alguna crítica se decía que, en cierto modo, «matabas» el mito de Torrente Ballester sin mermar la admiración por su obra. ¿Cómo se puede mostrar el lado humano de alguien como él sin que el ejercicio parezca una desmitificación gratuita?
Los ilusionistas es la autopsia de una familia, de todos sus miembros, del grupo familiar. Uno de esos miembros es Torrente Ballester, un miembro importante, pero ni mucho menos la figura central. Mi pretensión era escribir la novela real de una familia. El problema, en mi caso, es que tengo un abuelo famoso. Si no lo fuera, habría escrito el mismo tipo de libro. Su faceta de escritor aporta cosas a las dinámicas familiares, pero cualquier otra profesión también lo haría en otro sentido. Lo que me interesaba era la familia como sujeto social.

—Al hilo de eso, tu madre es un elemento muy importante del libro —creo que aparece en la portada—. ¿Aprendiste algo sobre ella al escribir que no hubieras visto antes?
Los ilusionistas es el destilado de años de experiencia propia observando a mi familia: mis tíos, mi madre, mi abuelo. A mi abuela no pude observarla: es el único personaje del libro al que no conocí. También es el destilado de lo que he hablado con mi madre durante años. Realmente, el libro no me ha enseñado nada nuevo sobre ella; quizá lo único que me ha enseñado es que yo también soy un ilusionista.

—¿En qué medida crees que Josefina Malvido queda reivindicada, no solo en lo íntimo, sino también en la memoria cultural gallega?
—Me gusta haber hecho el esfuerzo de sacar a la luz a Josefina Malvido, la mujer de mi abuelo, Gonzalo Torrente. Tuvo una vida difícil y murió muy joven, a los 46 años. Después mi abuelo se volvió a casar, tuvo otra vida, y cayó una capa de olvido sobre ella. El simple hecho de rescatarla ya me gusta; no tiene más trascendencia que el sentimentalismo que me proporciona.

Marcos Giralt y Vicente Araguas durante la presentación del libro ‘Los Ilusionistas’ en la Central Librera de la calle Dolores

—¿Cómo has llevado el apellido de tu abuelo en tu trayectoria como escritor?
—Nunca me ha pesado el apellido. Desde mi primer libro pensé que sería más opresivo ser «el nieto de». Hubo algún comentario maledicente con ese debut —alguno me llegó a llamar «el nietísimo»—, pero fueron episodios raros y aislados. Luego he hecho mi carrera bastante alejada de los cauces por los que transcurrió la suya. Somos escritores muy distintos. Lo admiro profundamente —probablemente sea el mejor novelista español del siglo XX—, pero no es casual que seamos diferentes. Él nació en Serantes en 1910; yo nací en Madrid en 1968. La sociedad en la que crecimos es distinta; nuestras tradiciones literarias, también. Yo he incorporado mucho de la suya, pero conozco autores que él ya no pudo leer. Quizá con este libro es la primera vez que he sentido cierto agobio, porque se ha hablado demasiado de él.

—¿Temiste que al mostrar el lado humano —contradictorio, con claroscuros— de Torrente Ballester pudieras ensombrecer su legado literario?
—Todas las personas tenemos claroscuros. La condición humana es albergar algo heroico y maravilloso y, al mismo tiempo, algo frágil: somos mortales, falibles, cometemos errores. Hay monstruos, pero son los menos. La mayoría tenemos nuestras sombras y luces. En ficción, un buen personaje es el que contiene contradicciones; los que no las tienen son planos y están muertos. Cuando escribimos sobre personas reales, también es necesario que afloren esas contradicciones. Que mi abuelo tuviese partes oscuras no lo convierte en mala persona; yo también las tengo y las muestro en el libro.

—¿Hasta qué punto sientes ese ADN gallego en tu literatura y en tu forma de estar en el mundo?
—Lo siento totalmente. Soy, se puede decir, un gallego de la diáspora. Nací en Madrid, pero Galicia ha sido una constante en mi vida: no hay año en que no haya venido. No tuvimos un territorio fijo hasta hace poco: tan pronto íbamos a Lugo, de donde era mi abuela, como a Ferrol o a Ourense. Ha sido una Galicia itinerante y mítica, revivida en los relatos familiares, sobre todo los de mi madre. Desde hace unos años tengo una casa en Corcubión y me siento muy de allí, muy de Galicia. Cuando se lo digo a gallegos nacidos en Galicia, algunos lo toman con sorna, pero reivindico mi derecho a ser gallego aunque sea en el exilio.

PUBLICIDAD
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.