En Galicia, cada 31 de octubre se celebra una noche mágica que parece fundirse con el pasado: el Samaín. A diferencia del conocido Halloween, esta tradición tiene raíces profundas en la cultura celta y, aunque estuvo dormida durante siglos, ha sido rescatada en las últimas décadas para reivindicar un pasado en el que los ciclos de la naturaleza, el respeto a los ancestros y el misterio de lo desconocido eran fundamentales. La palabra “Samaín” proviene del término gaélico antiguo “Samhain,” que significa “fin del verano” o “final de la cosecha” y marcaba el inicio del nuevo año celta. Para los antiguos celtas, “Samhain” simbolizaba la transición entre la época de luz y la de oscuridad, con el cambio de estación y la llegada del invierno. Esta palabra también aludía a un momento de apertura hacia el mundo de los espíritus, una noche en la que se creía que el velo entre los vivos y los muertos se volvía tan delgado que ambos mundos podían conectarse, permitiendo la visita de los ancestros y seres sobrenaturales a la tierra.
Mientras Halloween se impone en España como una festividad “prestada,” en Galicia el Samaín se mantiene como símbolo de identidad cultural, un relato de origen que encuentra en esta tierra su mayor arraigo. Para los antiguos celtas, el 31 de octubre no era solo una fecha más; era el fin de su calendario y el comienzo del nuevo año. Durante esta noche, creían que los espíritus cruzaban el velo que separa el mundo de los vivos y el de los muertos. Era la transición entre el final de la época de cosecha y el inicio del invierno, un período que los celtas llamaban “oscuro” por la llegada del frío, la escasez de luz solar y la reducción de los recursos naturales.
En el siglo VII, Samhain fue adaptado por los líderes cristianos y convertido en el Día de Todos los Santos, integrando así la festividad pagana en el calendario religioso. Sin embargo, la noche anterior siguió celebrándose con hogueras, disfraces y desfiles, y fue conocida como la Víspera de Todos los Santos (All Hallow’s Eve en inglés). Con el paso del tiempo, esta celebración terminó por abreviarse como “Halloween”. La festividad del Samaín era, de hecho, una de las cuatro celebraciones principales del calendario celta, junto con Imbolc, Beltane y Lughnasadh. Este ciclo marcaba la vida de sus pueblos: en la noche del Samaín, se abría la puerta hacia el “otro lado,” una especie de reino de los muertos o de las sombras, que a menudo se representaba en las historias y leyendas de la época como un lugar de paz y descanso.
Con esta idea en mente, el Samaín fue ganando importancia como un momento de culto a los antepasados y de respeto hacia aquellos que ya no estaban en el mundo físico. Se creía que las almas de los muertos retornaban a sus hogares para visitar a sus seres queridos, y las familias les dejaban alimentos y bebidas en señal de hospitalidad. De hecho, el origen de la tradición de “truco o trato” se remonta, en parte, a las antiguas celebraciones de Samaín en la cultura celta. Durante esta festividad, se creía que los espíritus de los difuntos y otras entidades sobrenaturales cruzaban al mundo de los vivos, lo cual hacía necesario protegerse de ellos. Para evitar posibles daños o “trucos” de estos espíritus, se ofrecían alimentos en la puerta de las casas o se dejaban ofrendas de comida y bebida como una especie de “trato” para apaciguarlos y mantenerlos alejados del hogar. Esta costumbre, que buscaba aplacar a los seres del otro mundo, fue evolucionando y se integró con el tiempo en el folclore de Halloween.
En Galicia, donde las tradiciones celtas encontraron un terreno fértil, estas creencias continuaron transmitiéndose, incluso después de la llegada del cristianismo. Aunque la Iglesia intentó desviar la festividad hacia la celebración de Todos los Santos, el espíritu del Samaín sobrevivió en la cultura popular, manteniendo viva la conexión con los ancestros y la tierra.
Halloween, tal como lo conocemos hoy, llegó a España envuelto en el brillo de las películas y el marketing de una festividad moderna. Calabazas decoradas, disfraces y una estética de “terror light” capturaron rápidamente la atención de los jóvenes en todo el país. Sin embargo, Galicia resistió y comenzó a redescubrir el Samaín, diferenciándolo como una celebración única, una auténtica expresión de sus raíces celtas. En los últimos años, ayuntamientos, escuelas y asociaciones culturales se han volcado en recuperar el Samaín como un patrimonio cultural.
Las calabazas, tan presentes en el Halloween actual, tienen en Galicia un significado diferente. No solo se tallan como decoración: representan una tradición de protección frente a los malos espíritus, un acto simbólico que une a la comunidad alrededor de esta fecha especial. Al igual que hacían sus antepasados, los gallegos crean figuras grotescas en las calabazas para ahuyentar a los seres de la noche, y organizan desfiles y eventos donde los niños y jóvenes aprenden de forma lúdica la historia de sus raíces.