El mercado laboral en Ferrolterra vive una curiosa situación: mientras las empresas buscan trabajadores cualificados y lamentan la falta de personal, muchos desempleados aseguran que no encuentran oportunidades. La paradoja está servida: oferta y demanda parecen no encajar, y el problema va más allá de una simple cuestión de números. En esta entrevista, Cristóbal Dobarro, presidente de la Confederación de Empresarios de Ferrolterra, Eume y Ortegal (COFER), analiza los desafíos del empleo en la comarca, desde la necesidad de mejorar la formación hasta el papel de la inmigración en un contexto de envejecimiento demográfico.
—Desde COFER han explicado en diversos foros de empleo que existe un importante desajuste entre la oferta y la demanda laboral en las comarcas de Ferrolterra. ¿Es un problema de formación, de condiciones laborales o de expectativas?
—Bueno, hay diversos factores que intervienen, pero sí, evidentemente hay un factor principal de mano de obra disponible físicamente en el territorio; y luego, que los demandantes de empleo tienen perfiles distintos a los que demandan las empresas. Esa es una manera muy resumida de decirlo.
Si intentamos explicar por qué se produce este fenómeno, intervienen distintos factores. Uno principal es que la formación de quienes buscan empleo no necesariamente coincide con lo que necesitan las empresas, tanto a nivel de perfiles como a nivel de capacitación. Es decir, una persona puede querer trabajar de operario en el naval, pero no estar cualificado para lo que la empresa demanda.
También hay casos en los que directamente alguien quiere dedicarse a sectores que aquí no tienen oferta, con lo cual se produce un desajuste: hay gente buscando empleo pero no lo encuentra, y empresas que buscan trabajadores pero no los hallan.
Además, tenemos otro fenómeno que es difícil de cuantificar porque no hay datos suficientes: los colectivos en exclusión social. Hablamos de personas sin papeles, que no hablan el idioma, con enfermedades psiquiátricas o adicciones. No sabemos cuántos son, pero influyen en el número total de personas que están en el paro o que quieren trabajar y no pueden.
Un ejemplo es la hostelería: las estadísticas señalan que hay demanda y oferta, pero, sin embargo, no se encuentran. Eso lleva a pensar que muchos candidatos no tienen la capacitación adecuada o tienen condicionantes que les impiden acceder a ese mercado.
—Esta falta de formación no solo afecta a la empleabilidad, sino también a la competitividad de las empresas de Ferrolterra.
—Claro, en una sociedad desarrollada como en la que vivimos, la competitividad depende del conocimiento, tanto de cómo organizar la empresa como de la capacitación de cada persona. Competimos contra países donde la mano de obra es más económica, por lo que debemos ser más productivos o capaces de desarrollar bienes y servicios innovadores.
Hace veinte o veinticinco años, quien no tenía cualificación se marchaba a la construcción o a la hostelería y podía trabajar sin apenas formación. Hoy en día, en construcción es obligatoria cierta cualificación y las técnicas constructivas han cambiado enormemente. En hostelería ocurre lo mismo: se exigen conocimientos de productos, alergias, vinos, ofimática, inglés… Ya no vale con ponerse detrás de una barra. Casi cualquier empleo requiere manejar un ordenador, aunque sea el TPV para cobrar o coger pedidos. Esto explica que los puestos de trabajo sin ninguna cualificación sean cada vez más escasos y que quien se haya quedado atrás en formación tenga hoy más complicado integrarse.
—¿Hasta qué punto influye en esta falta de capacitación el hecho de que nos encontremos en una de las comarcas más envejecidas de España?
—Evidentemente, la capacidad productiva depende de la capacidad de trabajo, y esta depende de la población. Si tenemos una población muy envejecida, a la que además le resulta difícil reciclarse, es lógico que nuestra fuerza productiva sea menor.
Necesitamos también que venga gente de fuera para crecer. De hecho, los datos de incremento de población de los últimos años se deben sobre todo a extranjeros que llegan. Ellos no vienen a quitarnos puestos de trabajo, sino a cubrirlos cuando aquí no hay personas disponibles o capacitadas. Además, es de justicia intentar reciclar a toda la gente de aquí que tenga dificultades, para que puedan integrarse y sentirse útiles.
—Retener el talento joven es otro reto importante. ¿Qué se hace desde la iniciativa privada para que esa gente no se marche?
—La iniciativa privada tiene todo el interés en retener el talento, porque perder a una persona cualificada que funciona bien es absurdo para cualquier empresa. Ahora bien, también depende de si el sector productivo de la comarca se ajusta al itinerario formativo de cada persona. Es decir, si alguien quiere ser ingeniero naval, quizá aquí tenga oportunidades; pero si quiere trabajar en el sector de las grandes tecnológicas o de las finanzas, difícilmente las va a encontrar en Ferrol.
Sé que las empresas industriales de la comarca, como ocurre en el sector naval, se rifan a la gente cualificada que sale. Lo que también es cierto es que, en otros itinerarios formativos, no es tan sencillo quedarse. Cada vez hay más oportunidades en otras ciudades, en Madrid, Barcelona o incluso en el extranjero. Pero no siempre es malo que se vayan; a veces vuelven, y vuelven con conocimientos nuevos.
—Por ver la parte positiva, Ferrolterra es una de las comarcas con mayor implantación de FP de Galicia. Como empleador y representante de empleadores, ¿cree que este tipo de formación es el futuro?
—La Formación Profesional es fundamental. Hoy en día, cualquier puesto de trabajo requiere una cualificación específica, y la FP, sobre todo la FP dual, es una fórmula idónea. Aquí, en Ferrol, empezamos hace unos ocho o nueve años con los primeros proyectos piloto de FP dual y han sido un éxito. Creo que somos la zona de Galicia con mayor implantación de FP dual, lo cual es muy positivo.
Este modelo combina formación teórica y práctica en el centro con formación práctica en la empresa. La experiencia dice que la mayor parte del alumnado que hace esos ciclos duales se queda a trabajar en la empresa de prácticas. Hay una colaboración muy cercana entre la confederación y las empresas, y los centros de Formación Profesional. Muchos programas de la FP Dual están orientados a cubrir las necesidades concretas y futuras de empresas como Navantia, Windar u otras del sector industrial. Al terminar, el alumno se integra directamente en la empresa e incluso en el mismo departamento o en el mismo proyecto en el que se formó.
—Sin embargo, los dueños de las grandes empresas comarcales, especialmente del sector industrial, siguen sin encontrar trabajadores.
—Es que realmente hacen falta más. Ahora mismo hay muchos proyectos latentes: los fondos Next Generation, la posible mayor carga de trabajo en los astilleros, los proyectos de energías verdes, de economía circular… Son muchas iniciativas que, si se llevan a cabo, van a requerir miles de personas. Y para eso se necesita no solo formación, sino también aumentar la población. Probablemente haya que traer mano de obra de fuera, porque con la demografía que tenemos no será suficiente.
—¿Comparte usted el discurso de que los jóvenes no quieren trabajar?
—Para mí, todo esto tiene un trasfondo mucho más complicado que simplemente decir “es que no quieren trabajar”. Puede haber personas, casos concretos, en los que alguien efectivamente no quiera trabajar, pero creo que hay mucha gente que sí quiere hacerlo y no puede. Y no puede porque no es competitiva en un mercado laboral como el nuestro.
Este problema requiere una reflexión mucho más profunda. Es cierto que hay componentes culturales que influyen. Probablemente, nuestros padres y abuelos tenían una capacidad de sacrificio mucho mayor, porque les costó mucho más conseguir cada cosa. Los retos a los que se enfrentaron fueron distintos, y eso los hizo más abnegados. Nosotros, seguramente, lo somos menos y, con toda probabilidad, las generaciones siguientes aún menos, porque han crecido en un contexto de mayor bienestar, con un nivel de vida y de riqueza muy superior al de hace décadas.
Todos estos factores culturales afectan al mercado laboral, pero me niego a reducir el problema a una cuestión tan simple como “la gente no quiere trabajar”. Es una lectura superficial que no tiene en cuenta las muchas razones estructurales, formativas y sociales que impiden que muchas personas puedan acceder a un empleo.
—¿Qué le parece la iniciativa de la Xunta de Galicia de exigir que quien cobre el paro justifique que está buscando empleo activamente?
—Que los servicios públicos de empleo no funcionan o funcionan mal, es algo evidente. También es lógico que, para cobrar el paro, uno tenga que justificar que uno está buscándolo activamente, de verdad. Pero muchos de los que lo justifican tienen realmente difícil integrarse, ya sea por formación, circunstancias personales o culturales.
El sector privado necesita inmediatez, y la administración va más lenta porque se centra en la legalidad y la burocracia. Por eso las empresas, cuando buscan personal, casi nunca acuden a las oficinas de empleo. Es un tema complejo que necesitaría un replanteamiento: cómo hacer que los servicios públicos sean más ágiles y eficaces. Pero lo cierto es que hoy en día no lo son.
—Pasemos a los datos de empleo en la comarca. Estamos en una de las mejores dinámicas laborales de la historia de la ciudad. ¿Cuánto cree usted que durará?
—La explicación de esta mejora es relativamente sencilla. Desde los años 80 hasta hace unos años, el gran desarrollo del sector servicios hizo crecer a la mayoría de las ciudades, mientras que Ferrolterra se mantuvo como una zona eminentemente industrial, centrada en dos grandes sectores: la energía y la construcción naval. Ahora, con la coyuntura internacional actual, nos encontramos en un momento clave para la transformación de las fuentes de producción de energía, lo que nos permite no solo desarrollar proyectos, sino también colaborar y generar tecnologías en este ámbito.
Por otro lado, la construcción naval militar, que ha sido el eje central de la actividad industrial de Ferrol en las últimas décadas, también se encuentra en un punto de inflexión. En el contexto internacional actual, donde hay un nuevo proceso de rearme y una creciente preocupación por la seguridad, todo apunta a que habrá una mayor inversión en defensa. Esa inversión implicará más presupuesto para la Armada y, por tanto, más proyectos para Ferrol.
Si estas previsiones se cumplen, el sector industrial actuará como motor tractor de la economía local, con un impacto positivo en el empleo, el crecimiento de la población y el aumento de la renta per cápita de la zona. Evidentemente, esto es algo muy positivo, pero siempre insisto en la prudencia, porque vivimos un contexto internacional de incertidumbre, con tensiones en la relación entre Oriente y Occidente y, en cierto modo, una crisis de las democracias. No sabemos qué puede ocurrir en los próximos diez años, por lo que debemos ser cautos a la hora de hacer proyecciones a largo plazo.
—Pero esto nos coloca ante la misma tesitura de antaño: poner todos los huevos en la misma cesta. ¿Debemos asumir que no hay margen para la diversificación?
—Es cierto que no ha cambiado mucho en términos de sectores, porque los cambios radicales en una estructura productiva no son fáciles. Cuando una empresa está especializada en estructuras metálicas, puede diversificarse y fabricar, por ejemplo, jackets en lugar de barcos, pero es difícil que pase de ahí a montar una fábrica de ordenadores.
Sin embargo, sí ha habido diversificación dentro de los sectores industriales de la comarca. Tenemos empresas del sector contract que son muy boyantes, algo que hace 25 años no existía. También hay compañías que han diversificado hacia proyectos internacionales de gas y habilitación naval, actividades que antes no tenían presencia aquí. En el ámbito logístico, el puerto ha evolucionado enormemente en comparación con hace 30 años.
Otro ejemplo es el polígono de Somozas, que se ha orientado al sector medioambiental y es relativamente puntero. En general, la actividad industrial de la zona ha cambiado bastante respecto a lo que había hace años, y la automatización ha sido clave en esa transformación.
No podemos comparar los tiempos actuales con los años 80, cuando entre Bazán y Astano había 15.000 empleos directos. Hoy en día, una industria con una enorme capacidad productiva puede funcionar con 50 trabajadores. Son otros tiempos, y aquella utilización masiva e intensiva de mano de obra no volverá a darse.