A la sombra de los progenitores: los Murguía de Castro

Los hijos de Manuel Murguía y Rosalía de Castro, uno de los matrimonios más relevantes del panorama cultural gallego del siglo XIX, sufrieron la influencia de sus padres por partida doble

Los hijos de los personajes relevantes nacen con la hipoteca de la fama de sus padres; una fama que, para bien o para mal, no dejará de repercutir en sus vidas. Los hijos de Manuel Murguía y Rosalía de Castro, uno de los matrimonios más relevantes del panorama cultural gallego del siglo XIX, sufrieron la influencia por partida doble. Casados en 1858, el matrimonio trae al mundo a dos hijos y cuatro hijas, de nombres evocadores y literarios. Pero el destino quiso que, a pesar de la numerosa prole, la familia no superase la generación de los hijos.

Los vemos en una conocida fotografía de 1884 realizada en Matanza (Padrón). Es casi una magnífica instantánea, alejada de los cánones de la época, que congela el tiempo sin artificio, haciéndonos reflexionar, como todas las fotografías, sobre la fugacidad de la vida, llena de buenos y malos momentos. Rosalía sonríe quizás recuperada del mazazo que supuso la muerte de Adriano Honorato, en 1876, fruto de un desgraciado accidente doméstico, cuando tenía año y medio, y que la familia intentaría revestir de enfermedad común.

Poco después, con la muerte al nacer de Valentina, el matrimonio paga su tributo a la alta mortalidad infantil de la época. El resto, parece presagiar otra tragedia. Y, en efecto, al año siguiente, moría Rosalía. Alejandra (1859-1937), la primogénita (a la derecha en la foto), que mostraba inclinaciones artísticas, renuncia a una prometedora carrera como ilustradora y restauradora del Museo del Prado para dedicarse al cuidado de sus hermanos y ser la mujer de la casa. A lo sumo, aspira a ser profesora de su hermano Ovidio (1871-1900).

Foto en Padrón de la familia Muguía Castro en 1884

También a él, no menos prometedor pintor romántico, paisajista y realista con cierta personalidad, su padre lo intenta ayudar proporcionándole encargos burgueses. Pero Ovidio, a quien su padre rodea con su brazo en la fotografía, bohemio y autodidacta, quiere caminar solo alejado de la tutela del padre y en el camino se encuentra con una tuberculosis galopante que lo lleva a la tumba a los 28 años. Era el cuarto golpe para Murguía.

Y aquí se acaba la savia artística de la familia. Gala, gemela de Ovidio, Amara Honorata y Aurea Luz María parecen destinadas al matrimonio y la notoriedad de los padres es un punto a su favor. Aurea (1868-1942) se casa por poderes con Francisco Prats, natural de Yecla (Murcia), interventor municipal y periodista ocasional; pero Amara Honorata (1873-1921), religiosa y espiritual, quien no sobrevive a Murguía, se queda para vestir santos.

El caso de Gala

En el caso de Gala (1871-1964), la sombra del matrimonio Murguía es alargada. Casó tardíamente con el madrileño Pedro Izquierdo, con el que al parecer se quedó embarazada a los 50 años, causando gran preocupación a su padre poco antes de morir. Nada más se sabe del asunto del que nos informa, con otros natos interesantes, Lucía García Vega, en un artículo titulado Recordando y descubriendo a Gala, la última descendiente de Rosalía de Castro (2015). Pedro Izquierdo era hombre polifacético. Licenciado en Ciencias, conocedor de las matemáticas, y a la vez acérrimo defensor del origen gallego de Colón, siguiendo la estela de Celso García de la Riega.

Editó las obras completas de Rosalía en 1925, recibiendo algunas críticas. Y quizás fuese una mente poco apta para los negocios y la vida material, o quizás de salud quebradiza. Solo así se explica que terminasen viviendo en la casa coruñesa con Alejandra y que cuando ésta muere, en 1938 la situación económica de la pareja fuese insostenible. En su ayuda acude el Centro Gallego de la Habana, quien mantiene la mitad de la pensión vitalicia que abonaba a su padre; y acude también la Real Academia Gallega, que se dirige a las corporaciones provinciales y municipales con objeto de reunir una pensión de 500 pesetas mensuales.

 

Gala Murgía, en el centro de la foto, junto a la periodista coruñesa Victoria Armesto

Sabemos que Ferrol concedió 500 pesetas anuales y Santiago 15 pesetas mensuales, pero desconocíamos la participación de Pontedeume: en el pleno municipal de 17 de septiembre de 1938 del Ayuntamiento se da cuenta de la comunicación de la Diputación de A Coruña solicitando la ayuda de 5 pesetas mensuales para Gala, que la corporación aprueba. No sabemos más de la peripecia de estas pensiones.

Su longevidad la lleva a ser la última representante de la familia en el sentido literal de la palabra. Acude a la celebración de efemérides, preside patronatos, es nombrada miembro honorario de la Real Academia Galega, descubre placas y estatuas relacionadas con sus padres. Y es requerida por una prensa de la que recela por considerar que escribe muchas cosas erróneas; entre ellas, el que su madre fuese una mujer triste, llorosa y abatida por el dolor.

Agradecida, en su testamento deja los derechos de propiedad de Cantares Gallegos y Follas Novas y las obras más significativas de su padre a la Real Academias Gallega. El resto de las obras se las deja a la Diputación Provincial de A Coruña y al Ayuntamiento para que sus beneficios fuesen para los niños necesitados de escritores gallegos relevantes y para los niños enfermos de tuberculosis; no en vano ella había sido una niña necesitada, hija de escritores relevantes y su hermano gemelo había muerto de dicha enfermedad.

 

Carlos de Castro Álvarez es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. Profesor de Geografía y Historia en el IES Breamo de Pontedeume. Cofundador de la revista Cátedra, Revista eumesa de estudios y de la editorial Espino Albar.
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