Don Fernando de Andrade

Tumba de Fernando de Andrade en Santiago de Pontedeume

En el lado del evangelio de la iglesia parroquial de Pontedeume, en un arcosolio empotrado en la pared, se encuentra la tumba de Fernando de Andrade, VIII señor de Pontedeume, titulado conde de Villalba. El sarcófago estuvo situado delante de la capilla mayor, y fue llevado allí en 1758, en el contexto de la reedificación de la iglesia costeada por el arzobispo Bartolomé Rajoy y Losada. Corona el arcosolio un escudo con las armas de los Andrade y los Castro, similar al escudo que se puso en la portada como reconocimiento de patronato de la iglesia por parte de los Andrade.

Dicho escudo no es, sin embargo, el de Fernando de Andrade. La restauración del retablo mayor, recientemente realizada, nos ha permitido acceder al verdadero escudo de don Fernando, hasta ahora desconocido. Este escudo une a la banda cruzada, con cabezas de dragón o serpiente en los extremos, las 19 banderas ganadas en su participación en las guerras de Italia.

Muerto su padre, Diego de Andrade, cuando era niño, vivió don Fernando la transición entre un mundo medieval y otro renacentista, en el que se quería instaurar un estado moderno, donde no tuviese cabida una nobleza autónoma que pretendiese mediatizar a la monarquía. Esta dualidad se advierte en su persona: autoritario y expeditivo en sus dominios, pero fiel servidor de la monarquía; primero de los Reyes Católicos y luego de Carlos I, a quien defendió en todo momento en el difícil trance de la Revuelta Comunera. Y así, como servidor, fue capitán del ejército, de tierra y de mar, Capitán General de Galicia, Consejero de Guerra y Asistente en Sevilla.

Trató de cerca, además, a personalidades tan importantes como el Cardenal Cisneros o Adriano de Utrecht, ambos regentes en momento difíciles; y su figura, en efecto, encarna (se había criado en la Corte de los Reyes Católicos) el nacimiento de una nobleza cortesana dispuesta a servir a la monarquía y el afianzamiento de la institución de los mayorazgos, pero también la apertura hacia un mundo moderno donde las armas de fuego cambiaron las técnicas bélicas y el descubrimiento de América abrió grandes posibilidades de negocio. Él estuvo detrás de la concesión a A Coruña de una Casa de Especiería y financió varias expediciones; aunque, más político y militar que comerciante, con poco éxito.

 

Escudo de Fernando de Andrade en la capilla mayor de la iglesia de Pontedeume

Su juventud en 1503, en las guerras de Italia, no impidió que Pontocarrero, en el lecho de muerte, le nombrase capitán, lo que levantó recelos entre los otros capitanes que mandaba Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como El Gran Capitán. Quizá ello pudiera explicar que, pese a su actuación en la batalla de Seminara y a las banderas que ganó al enemigo, su estrella no dejó para la posteridad un brillo mayor en estos sucesos. Brilló sin duda más en el intento fracasado de que el Reino de Galicia tuviese en las Cortes una representación propia.

 Don Fernando y Pontedeume

Dice su biógrafo José García Oro que no fue hombre de hogar y de vida en familia y fue marido poco complaciente. Quizá se debiese a que sus dos matrimonios, con Francisca de Zúñiga Ulloa y Juana de Leiva, fueron de conveniencia; aunque amantes no le debieron de faltar, de lo que da buena cuenta un hijo bastardo, clérigo del mismo nombre, que colocó como prior en el monasterio de S. Juan de Caaveiro. Envuelto en enconados pleitos con los Acevedos-Quiñoes por los mayorazgos de su mujer, con numerosos enemigos declarados, regidor de Betanzos, donde nunca tuvo buena prensa, y A Coruña, donde tenía casas de asiento, decidió enterrarse en Pontedeume, villa a la que no había visitado mucho.

Por entonces quedaba muy atrás la libertad perdida de los eumeses y los enfrentamientos pasados, y su encumbramiento, las medidas que dictó favorables a la circulación de productos y a los reparos del puente, preparó el camino. En Pontedeume hace testamento en 1540, en su palacio, con un suspiro de vida, habiéndolo preparando todo.

Sepulcro de Fernando de Andrade

Poco antes de 1530 había reedificado la capilla mayor de Pontedeume, donde debería ser enterrado, y costeado el retablo plateresco con pinturas del ciclo de la Pasión. Pero una vida de pecados era una pesada carga para emprender el camino a la Eternidad y eran necesarias obras que agradasen a Dios y muchas misas. Así es que, por escritura firmada en 1538, decide fundar un convento de agustinos en terrenos de su propiedad, extramuros a la villa, que los agustinos quisieron llamar de Sta. María de la Gracia, nombre que no llegó a cuajar.

En el testamento dejó a la villa el mesón y el entierro debió de ser de los que quedaron en la retina de los eumeses durante muchos años. Tuvo dos hijas: Catalina y Teresa. La primera casó fuera de Galicia, con el conde de Cifuentes, en una política que desde entonces sería común en las grandes casas de la nobleza gallega, y la segunda con Fernando de Castro. El no tener hijos varones legítimos y la muerte prematura de su hija Teresa debió de ser motivo de gran disgusto, apenas mitigado por su nieto Pedro de Castro, en el que seguramente puso todas sus esperanzas. Pero lo cierto es que el apellido Andrade desde entonces quedó a la sombra de los Lemos, cerrándose así un ciclo que había comenzado con Fernán Pérez de Andrade O Bo.

Dice don Antonio Couceiro que la historia de Pontedeume desde entonces perdió brillo e interés, pero la historia de una villa, por muy anodina que sea, siempre merece la pena de ser contada, y sus señores ni quitan ni añaden ningún mérito a la historia de sus habitantes.

 

Carlos de Castro Álvarez es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. Profesor de Geografía y Historia en el IES Breamo de Pontedeume. Cofundador de la revista Cátedra, Revista eumesa de estudios y de la editorial Espino Albar.

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