Pestes, epidemias, pandemias y gripes en la Rías Altas

La peste de 1404 acabó con casi todos los clérigos de Ferrol y se buscó la ayuda de la Virgen de Chanterio

El hombre ha sufrido desde sus primeros pasos un sinfín de enfermedades mortíferas. Si la enfermedad ataca a un número significativo de personas en un breve periodo de tiempo estamos ante una epidemia, que adquiere el grado de pandemia cuando posee una dimensión geográfica muy extensa. Dejando a un lado la peste negra, desde el siglo XVI se han descrito más de 36 pandemias, curiosamente, la mayoría, con foco inicial asiático. La peste, ya conocida en la Antigüedad, fue la epidemia o pandemia por excelencia, sin cuya consideración no se puede escribir la historia medieval. En Europa mermó sin misericordia la población hasta su desaparición como pandemia a principios del siglo XVIII, siendo la peste de Marsella de 1720 uno de sus últimos coletazos. Su recuerdo en la mentalidad colectiva explica que durante muchos años se calificase a cualquier epidemia como peste.

A la peste le sucedieron, en la importancia de su incidencia, enfermedades como la viruela, protagonista en el siglo XVIII, el paludismo y, especialmente, el tifus y el cólera, enfermedades conocidas desde antiguo, pero que indicen, en la Europa de la Revolución Industrial, en los sectores más desfavorecidos, de peores condiciones higiénicas y de alimentación más precaria; y de ahí su inclusión dentro de la denominación de enfermedades “sociales”.

Una Humanidad indefensa

Es pavoroso comprobar el desamparo en que estuvo la Humanidad hasta épocas tempranas, fruto de una medicina poco desarrollada y unos poderes públicos que por impotencia o desinterés dejaban a las comunidades locales a su suerte, muy resilientes y con un alto grado de resignación ante la muerte. Para la peste la única solución era procurar el socorro divino, rezar, en concreto a San Roque, santo de Montpelier, que milagrosamente se curó en un bosque ayudado por un perro. Los de Pontedeume erigieron una capilla a finales del siglo XVI en su nombre por haberse librado de uno episodio de peste, capilla que desparece en 1841. La peste de 1404 acabó con casi todos los clérigos de Ferrol y se buscó la ayuda de la Virgen de Chanterio. Es seguro que la Virgen respondió bien porque, en agradecimiento, el concejo de Ferrol decide establecer el conocido Voto que se celebra ininterrumpidamente hasta 1839.

La desaparición de la capilla y momentáneamente del Voto son el símbolo de una sociedad rendida a las ideas del liberalismo en la que progresa el laicismo. Todavía ante la amenaza del cólera de 1832 Fernando VII firma un decreto instando a que se implore a la misericordia divina para su remedio. En la epidemia de cólera de 1854-55, sin duda uno de los episodios más mortíferos de esta enfermedad, el concejo de Pontedeume recurre a las rogativas y busca la intercesión divina de la Virgen de los Dolores y del Glorioso S. Roque. El desconocimiento de la enfermedad era tal a mediados del siglo que algunos especialistas alemanes consideraban que el cólera no era contagioso y permitía decir sin despeinarse a un tal Nicasio Landa, notable epidemiológico Navarro y médico oficial de la epidemia, que la diferente incidencia provincial de la enfermedad obedecía a la desigual constitución geológica del terreno.

A ello se unía la concepción medieval que todavía se tenía de los hospitales, establecimientos para viajeros y peregrinos, y la deficiente implantación de los establecimientos farmacéuticos. A Pontedeume le cogió el cólera de 1854 sin hospital (el del puente, curiosamente, también había sido demolido en 1841) y sin farmacias, por desaparición de las tres boticas que había tenido, de tal manera que las 30.000 almas que componían su distrito judicial tenían que abastecerse en Betanzos.

Por ello no deja de sorprendernos el descubrimiento de Edward Jenner, en 1796, de la vacuna antivariólica. Es evidente que a finales del siglo XIX se sabe de la importancia de la higiene y de las medidas de salubridad en unas enfermedades que se trasmitían por la contaminación del agua y por el contacto con personas contaminadas, caso del cólera; o por las pulgas, caso del tifus. Pero hasta 1884 Roberto Koch no descubre el microorganismo colérico, la vacuna del tifus no es un hecho hasta el periodo de entreguerras y son bien conocidos los lentos avances en la erradicación de la malaria.

El cólera en Pontedeume

Para el conocimiento de cólera y de la gripe en Pontedeume conocemos sendos estudios realizados por J. Carlos Vázquez, publicados en la revista Cátedra; el del cólera, merecedor del premio de Investigación Concello de Pontedeume. La epidemia de cólera de 1854-55, una de las tres que afectaron a Galicia, causó en Pontedeume unos 338 muertos y estuvo precedida de la crisis de subsistencia de 1852-53, que origina graves problemas de abastecimiento. Puede ser considerada todavía una epidemia del Antiguo Régimen por el recurso a la providencia, la falta de infraestructuras sanitarias, la ausencia de normativa sobre medidas de higiene y el aislamiento en el que operaron los concejos a través de Juntas de Sanidad y Beneficencia creadas por la Ley de 1849; pero ya en un mundo donde la mejora de las comunicaciones (desde Vigo se trasmite rápidamente a toda Galicia) favorece sobremanera la propagación y donde las medidas de desamortización han privado a los concejo de una financiación vital; y ello sin que la administración central, incapaz de aliviar con bajadas de impuestos, haya extendido su manto protector; situación apenas paliada por la actuación de los gobernadores civiles.

Ferrol, viendo las barbas de A Coruña y Pontedeume mojar, tras los primeros casos de la Graña, utiliza el Hospital de Caridad y el Colegio Naval y se cierra a cal y canto, mitigando con ello el efecto de la enfermedad. Pontedeume se libra de la oleada de 1853, pero no de la que comienza en octubre de 1854, pese a la prohibición de los desembarcos. Se declara el “estado de sanidad”, se habilita el convento de agustinos para enfermos pobres, se dan ordenes de limpieza, ventilación y blanqueo de casas, de vigilancia de calidad de los alimentos y se prohíbe regresar a los que estaban fuera de la localidad y el toque de campanas de difuntos, pues mina la moral del vecindario, orden que el cura de Pontedeume, Domingo Ferraces, incumple y al que se le impone la consiguiente multa. Una de las últimas medidas es ordenar a todos los dueños de las casas donde hubo atacados lavar con lejía las ropas de cama y quemar colchones y almohadas. También, en la Edad Media, ante la peste, se intuyó que el fuego era purificador y en la fiesta de S. Roque nunca faltaron las sogueras.

La gripe de 1918

El relevo lo toma la gripe, en sus distintas variantes, el sida o el ébola. La gripe del 1918 sorprende por su mortalidad y modernidad. Primero, por la desinformación. Siendo una pandemia procedente de Kansas y trasmitida por los soldados, se denominará Gripe Española, pues fue en España donde la prensa, no sometida a censura como en los países beligerantes, informa con profusión. Tras un primer episodio, en marzo, más benigno, ante el que no se toma ninguna medida, se difunde desde Madrid una segunda oleada, en la primavera, que terminará afectando a 8 millones y causando 260.000 víctimas. Ahora la iniciativa la llevan las Juntas Provinciales de Sanidad.

La de A Coruña suspende la emigración, declara en toda la provincia el cierre de centros educativos y teatros; se reducen los cultos, se prohíben la utilización de las pilas benditas, los actos de difuntos y se manda realizar los entierros con rapidez, llevando a trote a los caballos, y a ahondar las fosas; se obliga a los médicos a concertar seguros; no en vano la primera víctima de Pontedeume es su médico titular. Se habilitan establecimientos para albergar a los pobres, pues los ricos, a quien también afecta la enfermedad, siguen muriendo en sus casas. Betanzos se ve obligado a ampliar su cementerio bendiciendo la ampliación de urgencia. Se crean controles sanitarios en las estaciones sin ningún éxito. La crisis sanitaria va unida a la consiguiente crisis económica: en Pontedeume se crea una Cocina Económica que atiende a 80 familias diariamente y se abre una cantina escolar.

La contabilidad de los afectados y muertos es un caos. En Pontedeume se estima que murieron 81 persona. La prensa recurre a las comparaciones de unos meses con otros. En Ferrol, donde la gripe ha sido difundida por soldados desembarcados en su puerto, se calcula que en un mes de octubre normal morían 60 personas, luego 271 fallecidos en el mes de octubre de la epidemia arrojaba la cifra de 261 fallecidos por gripe. Y no faltó el oportunismo de algunas farmacias que elevaron los precios, el descofinamiento progresivo y los bulos o la estupidez difundida por la prensa: La Voz publica que el Colegio de médicos de la capital, que debe tomar medidas contra la epidemia, recomienda a los sanos, enfermos y convaleciente, las suculentas meriendas a 80 céntimos que sirve el Bar Modelo. Anuncios como «Grippe, vuestra convalecencia será breve y completa si tomáis VINO PINEDO; o, Los más distinguidos bacteriólogos conviene en que uno de los medios más eficaces de combatir la epidemia reinante es usar un buen calzado que evite el enfriamiento. Si quieres, pues, libraros de la grippe pasad hoy por el BAZAR INGLES», anuncio digno del mismísimo Trump; aunque algunos, sin querer, aciertan: «Epidemias contagiosas, se evitan con Jabón ZOTAL».

Al leer sobre la gripe de 1918, uno piensa que no aprendimos nada. Muchos sesudos analistas consideran que la gripe del coronavirus cambiará el mundo y nos cambiará a todos. No han leído a Camus ni han oído al gran pintor Antonio López. Saldremos a las calles, tomaremos el primer café, iremos al primer restaurante, haremos el primer viaje y todo quedará olvidado. Eso sí, cada cual siempre conservará el recuerdo de sus muertos.

 

Carlos de Castro Álvarez é Licenciado en Filosofía e Letras pola Universidade de Valladolid. Profesor de Xeografía e Historia no IES Breamo de Pontedeume. Cofundador da revista Cátedra, Revista eumesa de estudios e da editorial Espino Albar.
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