Si ha existido un hombre tan vilipendiado, tan acosado e insultado como el actual presidente, Pedro Sánchez, fue sin duda, Adolfo Suárez. Recordado con idolatría por los actuales líderes y lideresas de la derecha, tuvo que lidiar con los insultos de Alianza Popular, el partido de Manuel Fraga (actual PP) y los desprecios de muchos de sus propias filas y también, de algún “histórico” socialista que ha salido estos días a la palestra. Manuel Vicent, en un artículo en El País, escribe: “Durante la Transición llamar traidor a este político (Suárez) con toda clase de gritos feroces era un ejercicio diario de los franquistas refugiados en el primer cogollo de Alianza Popular. La derecha montaraz nunca le perdonó que se pusiera al frente de la democracia, y semejante odio fue elevándose de nivel hasta desembocar en un fracasado golpe de Estado que pudo engendrar otra guerra. Hoy Adolfo Suárez es un político venerado por cuantos, a derecha e izquierda, le atacaron sin misericordia”.
Evidentemente, no se trata de comparar ideologías. Hablamos de dos hombres que, en circunstancias muy complicadas, y salvando las diferencias, apuestan por el pragmatismo para poder alcanzar la concordia, sabiendo que España es diversa y es ahí donde reside su esencia. Los dos han condensado en su trayectoria política los mejores éxitos colectivos de la España contemporánea. Aquí parafraseo a Martín Pallín, para afirmar que tanto Suárez como Sánchez, actúan sobre situaciones políticas proponiendo soluciones políticas, sentando las bases para recobrar la convivencia y encauzar las tensiones.
En el año 1980 y también al inicio de 1981, después de dos amnistías, de lograr ir de la ley a ley, pasando por la ley, después de haber conseguido que España estrenara Constitución y democracia, comenzó el acoso y derribo con graves acusaciones hacia Suárez que si las leen con atención son prácticamente las mismas que le dedica hoy en día este PP desnortado al presidente Sánchez.
En el libro de Emilio Contreras, “Suárez, acoso y derribo” encontramos varias frases: “Presenciamos el naufragio inevitable de la Constitución”. “El cambio a la democracia fue un auténtico golpe de Estado”. “Estamos presenciando el reparto de la patria”. El Alcázar. Fraga asegura que “Suárez es un estorbo”. “Suárez ha perdido toda su entidad en el Parlamento después de haberla perdido en el país.” Lo tacharon de comunista: “El manifiesto comunista fielmente seguido por UCD” “El mismo programa económico de la miseria”. “Suárez nos lleva directamente al desastre” anunciaba Fraga en Toledo, Almería y Molina de Aragón. ¿Les suena? Alfonso Guerra en septiembre de 1980, afirmaba: “Suárez es un vendepatrias y está dispuesto a vender España por seguir en La Moncloa.” ¿Les vuelve a sonar?
Después de la muerte de Franco, vinieron unos años convulsos en los que ahora, desde la distancia, muchos de los que lo han vivido, parecen olvidarlo. Hubo que tomar decisiones difíciles. Hubo mucho diálogo y reuniones secretas fuera de España. Uno de los momentos más complicados se vivió cunado el presidente Suárez legaliza al Partido Comunista. Fue un Sábado Mayor, en plena Semana Santa, 9 de abril de 1977. Así lo relata Alfonso Pinilla García, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura y autor de ‘La legalización del PCE. La historia no contada’
“Entre el 11 y el 15 de abril de 1977, el país está al borde de un golpe de Estado. No es rumor, ni siquiera percepción del Gobierno, es riesgo real, evidente, porque la tormenta levantada tras la legalización no sólo es política, sino que afecta, sobre todo, al Ejército. Los “sempiternos enemigos de España” -así tildaba a los comunistas la propaganda de la dictadura- se convertían ahora en adversarios que, tras las elecciones generales previstas para junio, podrían ocupar sus escaños en el Congreso de los Diputados. “Intolerable”, concluirá una cúpula militar anclada en los principios del 18 de Julio y cada vez más distanciada de un Gobierno al que considera traidor, débil e incompetente.
Suárez lo preveía, pero constata que la tormenta militar no tardaría en caer cuando el 10 de abril, al día siguiente de legalizar a los comunistas, se reúne en la Zarzuela con el Rey, el general Alfonso Armada (secretario e íntimo consejero del Monarca) y el marqués de Mondéjar, jefe de su casa militar. Airadamente, Armada pone de manifiesto que considera la decisión un serio error. Suárez, sin ambages, le contesta que no está dispuesto a que se cuestione su autoridad y que la legalización del PCE es estrictamente necesaria para legitimar la reforma hacia la democracia. Sin el concurso del principal partido de la oposición antes de las primeras elecciones, las libertades habrían sido simple juego de artificio sin contenido real, pura fachada, inasumible para las potencias europeas occidentales.
El Rey calla. Suárez lo ha mantenido informado, aunque al margen de la decisión final de legalizar al PCE, pues se trata de una operación cuyo riesgo asume el presidente en solitario, implicando lo menos posible a la Jefatura del Estado. Armada insiste en que la aceptación de Carrillo y los suyos es tan injusta como improcedente, lo cual hace concluir a Suárez que la brecha entre el Gobierno y el Ejército es cada vez más insalvable. Habrá que prepararse para sortear la tempestad.
Pero la lluvia de críticas, procedentes del Instituto Armado, no cesa. En la prensa o en privado, muchos militares acusan a Suárez de traidor, pues en la reunión mantenida con la cúpula del Ejército el 8 de septiembre de 1976 aseguró, por activa y por pasiva, que, “con sus actuales estatutos”, el PCE no sería legalizado. Es cierto, lo dijo, y también es cierto que, ese mismo día, su enlace, José Mario Armero, estaba reunido en el Hotel Commodore de París con Santiago Carrillo para negociar la posible concesión del pasaporte al líder comunista. Sin embargo, el presidente no mintió en septiembre de 1976, y el archivo personal de Armero lo demuestra, pues a lo largo de todo ese año, Suárez niega sistemáticamente el pasaporte a Carrillo.”
Suárez se convirtió desde ese dia en el objetivo a batir para buena parte de la cúpula del Ejército y por los políticos del régimen que lo consideraban un traidor a España. Un traidor a España. La historia se repite, esta vez el ensañamiento es con el presidente Sánchez. Ellos, los hostigadores, son los mismos de entonces.