La prostitución, al igual que otras actividades comerciales, ha experimentado grandes transformaciones que van en paralelo a los cambios de la sociedad. Los avances tecnológicos, socioculturales y económicos han provocado modificaciones en esta institución. A pesar de ello, y de las diferentes crisis, se mantiene como uno de los principales “negocios” a nivel mundial. Según las estimaciones hechas por el INE en 2014, España es el tercer país del mundo donde los hombres pagan más por sexo. Las ganancias de la prostitución en España representan el 0,35% del PIB, es decir, más de 4.000 millones de euros.
En las comarcas de Ferrolterra y Eume hace cuatro años había abierto una decena o docena de prostíbulos, pero es que, desde entonces, han ido cerrando la mayoría para ir encontrando su lugar en pisos. Roberto Ferreiro, coordinador de O Mencer, proyecto de atención integral a mujeres en contexto de prostitución y víctimas de trata sexual, explica que “ahora mismo los clubs de alterne que quedan son los que están más cerca de los centros urbanos, pero es difícil saber los que quedan porque cierran y reabren de vez en cuando”.
Reabren dependiendo de la temporada, respondiendo a las demandas del mercado, “de cara a verano seguramente alguno más pueda abrir, sobre todo por la parte de Cedeira”, explica Ferreiro. “También depende un poco de si hay mujeres”, cuenta. “Por ejemplo, desde hace dos años estamos viendo cómo hay un boom de llegada de mujeres colombianas”.
Asi pues, el sistema prostitucional responde mucho a las situaciones socioeconómicas de otros países. Se trata de una estructura que se aprovecha de las coyunturas sociales que generan mayor vulnerabilidad en las mujeres. Los momentos migratorios son muy condicionantes y están continuamente activos y, es ahí donde los proxenetas sacan ese filón de mujeres que “acaban cediendo a esta situación”.
Alternativa de cambio
El centro de O Mencer actúa acercándose a estas mujeres y les ofrece ayuda, aunque a veces son ellas las que acuden al centro “cuando ya no pueden más o cuando comprenden que necesitan un cambio, buscando una alternativa para cambiar sus vidas”.
Esto sucede cuando reconocen que no pueden seguir en la prostitución o se identifican como víctimas de este sistema. Algunas otras son derivadas directamente por los cuerpos y fuerzas de seguridad, quienes las identifican en situaciones de violencia y las envían a nuestro centro para recibir ayuda. “También las hay que llegan por recomendación de otras chicas, quienes les dicen que en el centro pueden encontrar apoyo y la posibilidad de cambiar su vida. Es una mezcla muy variada”, explica el coordinador del centro.
Pero ahora, el problema está aumentando: antes se podía tener localizadas a las chicas en los clubes de alterne. Ahora hay una migración a los pisos. “El Caso Carioca fue un duro golpe para los prostíbulos y luego con la pandemia se terminó por rematar, aunque durante ese tiempo los pisos mantenían la actividad porque los hombres seguían reclamando el sexo por pago”.
Invisibilidad del problema
Cada vez se opta más por estas viviendas particulares porque, por un lado, son menos visibles tanto para los hombres que pagan como para los proxenetas. Además, debido a la situación de muchas de estas mujeres, que a menudo están en situación irregular, se complica la realización de inspecciones policiales o laborales. El carácter privado de estas viviendas, amparado por los derechos constitucionales, impide que la policía pueda entrar sin una causa justificada, lo que refuerza su invisibilidad.
Uno de los mayores inconvenientes que enfrentan las autoridades antes de ingresar a un piso es la necesidad de realizar intervenciones prolongadas y llevar a cabo investigaciones laboriosas, que incluyen la recopilación de testimonios y otras pruebas. Este proceso resulta complejo y difícil de ejecutar.
En contraste, los clubes presentan una “facilidad” relativa debido a que se realizan inspecciones esporádicas. La justificación para estas revisiones radica en verificar que todas las personas presentes en el local tengan contrato y se encuentren en situación regular. Estas inspecciones laborales permiten identificar situaciones de explotación o trata con mayor eficacia.
Antes los pisos estaban en zonas localizadas, sobre todo por las zonas del Ensanche, pero ha aumentado mucho la oferta y desde el centro perciben que “a veces se alquila un piso por cierto tiempo, donde ahí van mujeres a ejercer a través de un contacto que las avisa”. Son pisos gestionados por terceras personas que actúan como proxenetas, pero que pueden ser tanto hombre como otras mujeres los que los gestionan.
Mercadeo de precios
En otras ocasiones, varias mujeres alquilan juntas un piso y son compañeras, ganando su dinero sin tener que dar un porcentaje a nadie. Sin embargo, la gran mayoría de los pisos funcionan por plazas, es decir, mujeres que alquilan una plaza, una “telehabitación”, por ciertos días y pagan un precio exagerado. Por ejemplo, pueden llegar a pagar 150 euros por dos semanas, además de un porcentaje que oscila entre el 40% y el 50% de lo que ganan por cada encuentro que tienen con hombres. Esta situación es claramente explotadora porque no es nada equitativa para las mujeres.