Naser Daoud (26 años) y Kanan Daoud (23 años) son primos y nacieron en Jerusalén en 1995 y 1998, en plena Cisjordania, justo en un momento en el que los acuerdos de Oslo, el último gran intento por alcanzar la paz entre Israel y Palestina, pasaban por su peor momento tras el asesinato del ex primer ministro Isaac Rabin a manos de un extremista israelí. Para ellos la guerra no es algo ajeno. Mientras toman un café con leche y una caña en pleno centro de Ferrol, cuentan, interrumpidos por momentos por el barullo de la Fashion Night, cómo ha sido para ellos el estallido de esta nueva escalada bélica en su tierra, que tiene al mundo el vilo. “A los que vivíamos allí no nos ha sorprendido”, afirma Naser en un perfecto español —por lo cual hace también de intérprete con su primo—. “Yo me vine hace ya un año y medio porque la situación no era muy diferente a la actual. En realidad, nunca ha sido normal, pero desde 2017, y especialmente, tras la pandemia, todos sabíamos que algo se estaba cocinando. Se notaba en el ambiente”.
Se refiere Naser, abogado de profesión, al discurso pronunciado por el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, en diciembre de ese año el que reconoció a Jerusalén como capital de Israel y ordenó trasladar allí su embajada. Un gesto simbólico pero demoledor para los habitantes palestinos de esta ciudad. Kanan, sin embargo, no tuvo la oportunidad hasta ahora de salir de Cisjordania. Acaba de llegar a Ferrol. Lo hizo el pasado 4 de noviembre y es su primo Naser el que está ayudándole con los trámites rutinarios para empezar una nueva vida a 5.600 kilómetros. “Son solo 4 horas de avión, todo eso no está ocurriendo tan lejos”, reflexiona con cierta ironía Naser.
El pequeño de los primos, trabajador en una fábrica y chófer, sigue aun recordando la odisea que supone algo tan aparentemente sencillo como salir de su casa. “Primero tuve que solicitar al gobierno de Israel el permiso de salida y, una vez que te lo conceden, es solo el principio del viaje. No tienes nada garantizado. Hay que atravesar tres fronteras hasta llegar a Jordania, por donde salimos los habitantes de Cisjordania. El viaje en tren o en bus cuesta unos 200 euros, pero en cada checkpoint tienes que volver a pagar, pero el mayor precio es la incertidumbre. Aunque tengas el permiso, pueden devolverte a tu casa en cualquier momento. Estás horas esperando en cada uno de estos puntos de control y los militares israelís pueden decidir que no sigues. Por razones absolutamente arbitrarias”.
Para poner en contexto el relato de su primo Kanan, Naser explica que esa discrecionalidad de las fuerzas del orden de Israel es el pan de cada día para los ciudadanos palestinos. “Realmente cuando sales de casa no sabes si vas a volver”, asegura tajante. Como buen conocedor de las leyes, cuenta que existe una figura que las fuerzas israelíes utilizan constantemente, “una especie de arresto administrativo sin cargos”. “Sin cargos”, repite. Esto significa que cualquier militar puede parar, identificar y detener a un ciudadano palestino si bajo su discrecionalidad considera que puede suponer algún tipo de peligro o amenaza. Y, además, los arrestados no tienen derecho a un abogado a pesar de que el arresto se puede prolongar hasta los seis meses. “Es una forma clarísima de opresión y de sometimiento. Allí vivimos así desde que nacemos”. Respecto al precio del viaje, para comprender el esfuerzo económico que supone salir de su tierra, explica que el salario mínimo un palestino es de unos 600 o 700 dólares, mientras que el de un ciudadano israelí es de unos 1.800 dólares. “Pero, por ejemplo, en Cisjorndania, pagamos al mismo precio el gas, el agua, la electricidad y los alimentos en la tienda. Por eso para un palestino la vida es casi inasumible. Trabajamos para sobrevivir y ahorrar algo de dinero es prácticamente imposible”.
“El judaísmo y el cristianismo forman parte de lo que somos. Somos romanos, bizantinos, macedonios, otomanos, árabes, británicos. Nunca escucharás a un palestino reclamar esa tierra como propia”
Sin embargo, algunos, los más afortunados, como ellos, con un gran esfuerzo y una inestimable ayuda familiar, lo consiguen. Naser logró en 2021 llegar al Aeropuerto Internacional Queen Alia, en la ciudad jornada de Amman, que ve como semanalmente miles de palestinos dejan atrás su tierra y su familia. Al llegar a España se instaló en Madrid con unos allegados y, meses más tarde, se mudó a Barcelona. En enero de este año recaló en Ferrol, aunque actualmente reside en A Coruña, mientras estudia un máster de marketing en la Universidade de Santiago. A diferencia de su primo, Kanan apenas habla español, pero ya está aprendiendo el idioma y permanece atento a todo lo que escucha en un intento por entender algunas palabras. “Nos ayuda un poco saber algo de inglés, porque conocemos el alfabeto latino y algunas estructuras del lenguaje, pero es difícil”, reconoce con una sonrisa. Mientras pasean por las calles de Ferrol, bulliciosas por tramos, se cruzan con un viandante que lleva una “kufiya” —el conocido como pañuelo palestino— y no dudan en llevarse la mano al pecho como gesto de agradecimiento. “¡Hay que resistir!”, responde emocionado el hombre mientras les ofrece la mano.
Creen que la visibilidad y la crueldad del actual conflicto, y también su impacto mediático, está consiguiendo que el resto del mundo comprenda mejor lo que el pueblo palestino lleva años soportando. “Este nivel de crueldad ya lo hemos vivido más veces. Para nosotros no es nuevo. No existe ninguna familia en Cisjordania que no tenga un muerto en su casa. Ni tampoco alguien encarcelado o exiliado. La mitad de los 600.000 habitantes de Gaza son exiliados de otras zonas de Palestina. Pero es que en Jordania, el Líbano o Siria hay otros tantos cientos de miles de personas que han sido expulsadas de sus tierras en los últimos 40 años. Tienen en la maleta las llaves de sus casas“. En una reflexión más profunda y didáctica Naser relata que, como pueblo, les duele que se asocie la tierra Palestina a la guerra, la muerte y el horror, “porque allí se ha vivido en paz durante miles de años. Antes de 1948, antes de que construcción del Estado de Israel, si tú paseabas por las calles de Jerusalén, podías escuchar cuatro o cinco idiomas diferentes. La convivencia de las tres religiones siempre ha sido cordial porque somos, como la mayoría de los países, una mezcla de culturas. El judaísmo y el cristianismo forman parte de lo que somos. Somos romanos, bizantinos, macedonios, otomanos, árabes, británicos. Nunca escucharás a un palestino reclamar esa tierra como propia”.
“Diría que nuestra forma de ser —la de gallegos y palestinos— profundiza en unas reglas y códigos antiguos, una raíz común que solo mantienen las culturas más antiguas”
A los primos Daoud no se les escapa que han llegado a una tierra que también conoce el exilio y la emigración. “Se nota en el carácter de la gente”, aseguran. “Son cálidos y amables. Nunca podré agradecer a Galicia la bienvenida que me ha brindado, aunque espero poder devolverle a esta tierra el favor”, dice Naser emocionado. A pesar de no formar parte de la llamada cultura mediterránea, Naser sí ve en su nueva tierra de acogida cierta similitudes con aquella que lo vio nacer. “He notado, especialmente en Galicia, que hay un gran respeto por las personas, la cultura y las tradiciones. Y creo que eso tiene que ver con ser un pueblo milenario, al igual que el pueblo palestino. Diría que nuestra forma de ser —la de gallegos y palestinos— profundiza en unas reglas y códigos antiguos, una raíz común que solo mantienen las culturas más antiguas”.
También reconoce en Galicia la figura de un matriarcado que, pese a los prejuicios que puedan recaer sobre los países de Oriente Próximo, es también parte de sus relaciones familiares. “Los lazos familiares, muchas veces en torno a la mujer, también son aquí muy fuertes. Es algo que sucede en Palestina y que cuesta entender en otras partes del mundo: el concepto de comunidad. Cuando matan a una persona en Cisjordania, no solo se ve afectada la familia, sino una comunidad mucho más amplia porque los lazos que existen entre vecinos son mucho más profundos que en la mayoría de los países de Europa”. No niegan que la salida de su tierra ha sido dura y, aunque ahora solo piensan en empezar una nueva vida lejos de los tanques, las bombas, la masacre y la opresión, tanto Naser como Kanan, no dudan en que algún día regresarán a su Jerusalén natal: “Solo una fuerza emocional y sentimental puede hacer que alguien joven, como nosotros, quiera vivir allí actualmente. Pero confiamos en poder volver con nuestras familias”.