Esta madrugada del jueves, los vecinos de Ferrol Vello se han despertado con un estruendo que ya les resulta familiar. Alrededor de las 05:20 horas se produjo el derrumbe parcial de la fachada del número 7 de la calle Murillo del histórico barrio. El inmueble, que se encontraba en estado ruinoso y que, según el Concello de Ferrol, contaba con los permisos y licencias pertinentes, había empezado su rehabilitación. Afortunadamente, y gracias en parte a que el suceso ocurrió a altas horas de la madrugada, no hubo que lamentar daños personales.
Bomberos de Ferrol y efectivos de la Policía Local se movilizaron de inmediato acudiendo al lugar de los hechos para asegurar la zona para prevenir más riesgos. Pese a que este derrumbe no ha causado desperfectos en casas aledañas —solo dejó unos escombros a las puertas del edificio de al lado—, los vecinos se sienten impotentes porque “cada vez el barrio está peor y da miedo”.
“Estas casas son tan viejas que cuando se reforman deben ser intervenirlas con sumo cuidado”, advierte María José Peniza, presidenta de la Asociación de Vecinos de Ferrol Vello, mientras señala los cascotes desperdigados en el suelo. Comenzaron con la demolición por la parte superior hace unos días y la estructura no lo soportó. Además, ha advertido que el edificio contiguo también está amenazado por las grietas que se han formado: “Ahora el peligro es la de al lado”.
Vecinos de Ferrol Vello molestos
Este último incidente ha vuelto a traer la inquietud en el vecindario, que vienen denunciando desde hace lustros el estado total de abandono que sufren muchas viviendas. La presidenta es tajante: “Esto no parece un barrio, estamos rodeados de miseria, ¡pero de miseria!”. Cuenta que este es el sentir común de los residentes y que, aunque se están llevando a cabo rehabilitaciones en algunos inmuebles, la situación sigue siendo alarmante: “¡Esto no parece un barrio!”, expresa indignada.
Peniza ha remarcado la necesidad de que el Concello tome medidas rápidas y efectivas para garantizar la seguridad en la zona. La principal problemática es que son viviendas que pertenecen a entidades bancarias o a propietarios con varios herederos. Esto conlleva falta de mantenimiento en ellos o dificultad para que los responsables se pongan de acuerdo sobre qué hacer con las parcelas.
Sin embargo, la vecindad coincide en que el Concello debe tomar cartas en el asunto por su seguridad: “Tienen que expropiar. Si no pueden, que al menos hagan como con el bar Cobas en la Praza Vella: derribarlo y pasarle la factura a los propietarios”, ha exigido.
Plan Rexurbe
Además, Peniza ha expresado su descontento con la lentitud del Plan Rexurbe de la Xunta, un proyecto de rehabilitación urbana que no está alcanzando las zonas más deterioradas: “Lo viejo cada vez es más viejo y tiene más peligro”, avisa, “si os dais una vuelta por el barrio, todos son vallas y redes”.
A pesar de los carteles del Plan Rexurbe —impulsado en 2018 para la adquisición de inmuebles y solares con el fin de recuperarlos— que muestran algunos edificios ruinosos del barrio portuario, los vecinos sienten que esa recuperación avanza con demasiada lentitud.
Mañana se cumplirán cinco años desde que se adjudicó la primera obra —y la única acabada—, en el número 1 de la calle Argüelles, que contó con un presupuesto de 330.000 euros. Este nuevo proyecto tardó dos años en terminarse y estar listo para ser habitado. Ahora faltan otros 23.
Tres inmuebles en Curuxeiras (números 22, 24 y 8) cuentan con licencia desde 2022, pero la renuncia de empresas concursantes retrasó la obra, que ya se pudo poner en marcha a finales de agosto del año pasado, no sin que antes de comenzar las intervenciones se viniera abajo la pared medianera que se sitúa entre los números 6 y 8. Otro derrumbe más con un riesgo acarreado que pudo ser evitado.
En septiembre del año pasado se licitaron cinco edificios más en calles como Benito Vicetto, Castro, Espartero y San Francisco, mientras otros están en fase de redacción de proyectos o en trámites de compraventa. El inmueble en la calle Castro, 7 está requiriendo un control arqueológico por los restos encontrados en él, que está todavía pendiente de solventarse.