El próximo 6 de mayo, la emblemática Central Librera de Ferrol de la rúa Dolores sufrirá una pérdida insustituible: Conchi se jubilará después de medio siglo dedicado al mundo de los libros. El 26 de mayo cumplirá 65 años, y se puede afirmar con rotundidad que ha sido testigo y partícipe de la evolución de este histórico lugar. Su partida dejará un vacío profundo y una huella imborrable en la clientela de la librería, que será difícil de sanar.
Con su eterna sonrisa y el brillo en sus ojos, Concepción García Fraga, ya forma parte del imaginario colectivo ferrolano. Rememora sus inicios en la librería, allá por julio del 1973, cuando apenas era una adolescente. “Empecé de niña, a los 14 años”, relata, “una vecina supo que buscaban ayuda en la librería y me ofrecí sin dudarlo”.
Su conexión con los libros fue instantánea. Ya de pequeña era una gran aficionada a los clásicos juveniles como la serie literaria de Los Cinco. Conchi encontró en la lectura un refugio donde desconectar y relajarse. “Siempre me gustó leer”, confiesa con orgullo, “muchas personas piensan que después de tanto tiempo entre libros acabas aborreciéndolos, pero nada más lejos de la realidad”.
“Además, tienes que leer para poder aconsejar y hay que probar distintos estilos”, afirma. Aunque reconoce que tiene devoción por el género policíaco, ese de misterio y suspense. “Me gusta mucho un escritor alemán, Jean-Luc Bannalec, seudónimo de Jörg Bong, y que cuenta las historias del comisario Dupin y los crímenes de la Bretaña francesa”.
Tres generaciones
A esta ávida lectora le encanta aprender, pero también enseñar. Y es que 50 años da para mucho. A lo largo de todos estos años ha “ayudado” a formar a incontables compañeras de manera metódica y eficaz, tal y como se lo enseñó Antonio Justo, su primer jefe, a ella cuando empezó.
“Empecé con el abuelo de Alberto, que es quien está ahora al mando. Se llamaba Antonio Justo, aunque le llamábamos Don Justo. También estaba la tía Peri, que estuvo muchos años, más tiempo que yo incluso, porque se jubiló después de los 65 años y empezó a trabajar a los 13”, cuenta. Después del fallecimiento del señor Justo se hizo cargo su hijo Miguel, y ahora está el hijo de este, “Alberto, lo que significa que estoy en la tercera generación y espero poder ver a una cuarta”.
Con tres generaciones de dueños y tantos años dedicados a este negocio, es difícil para Conchi seleccionar un recuerdo específico entre tantos que le haya marcado en especial. Recuerda con cariño a un señor que trabajaba en la embajada de Holanda, que volvía a Ferrol en verano, como otros tantos emigrados, y que, tras ayudarle a conseguir unos libros que necesitaba con mucha urgencia, al año siguiente se acordó de ella y le trajo una zueca holandesa.
Recuerdos que le traen una mezcla de emociones, como cuando el abuelo de Alberto, su primer jefe, que se emocionó en su boda como si fuera su propio padre. “Esos pequeños gestos significan mucho”, reflexiona Conchi.
“Medio siglo a toque de pito”
A pesar de todos los buenos momentos, Conchi está lista para cerrar este capítulo de su vida y mirar hacia el futuro. Son muchos años y ya le “va siendo hora, porque es medio siglo a toque de pito, el horario comercial es el que es y hay que cumplirlo”. Por eso, su futuro pasa por descansar, seguir leyendo y dedicarse a su huerta y a su casa de Sillobre, de donde es ella, y desde donde disfruta de unas vistas privilegiadas a la ría de Ferrol.
Entre esa lista de actividades, también tiene pendiente cultivar otra de las artes más antiguas: la música. Y es que aunque mucha gente no lo sepa, Conchi es gaiteira. “No toco tan bien como para hacer un solo”, pero indica que se puede defender. Así que ya tiene planificada una agenda bastante ocupada en la que no está contemplado madrugar. “Eso sí que no lo voy a echar de menos”.