Santa María de Monfero: entre la ruina, la restauración y la ensoñación

El monasterio de Santa María de Monfero está situado en la parroquia de San Fiz de Monfero

Los monasterios tuvieron en el medioevo una enorme importancia, entre ellos, los cistercienses. Fueron estos algo parecido a lo que hoy sería una multinacional europea. Centros de evangelización, de administración territorial y de recepción de derechos y rentas feudales, de articulación territorial, de desarrollo de las vías de comunicación, de cultura, de difusión de las formas artísticas y de los nuevos adelantos de la agricultura; en fin, de concentración de un volumen importante de la propiedad de la tierra.

En Galicia hubo 17 monasterios cistercienses, 3 de ellos de mujeres. Particularismos aparte, al menos los de hombres, tuvieron una historia de etapas similares: fundación benedictina de cronología incierta, cotos y privilegios reales, enriquecimiento con donaciones particulares y compras, encomiendas, crisis bajomedieval de la que salen uniéndose a la Congregación de Castilla a principios del siglo XVI, desarrollismo arquitectónico a lo largo de los siglos XVII y XVIII, y abandono y ruina tras la desamortización. 

Sálvese quien pueda

El proceso que se pone en marcha en 1835 con las leyes de desamortización y exclaustración es uno de los capítulos más aciagos de destrucción de patrimonio artístico y cultural (mueble e inmueble) de la historia de España. Puso de manifiesto la insensibilidad de la administración del Estado, y quizá el brutal saqueo que sufrieron los monasterios cistercienses por parte de los lugareños sea una prueba de que dichos monasterios, pese a todo, no crearon lazos afectivos suficientes con los habitantes donde estaban enclavados.

La suerte que corrieron fue, a partir de la desamortización, dispar. De algunos, como Toxosoutos, Meira, Penamaior, Franqueira, solo quedó la iglesia convertida en parroquial. Otros consiguen, no sin diversas vicisitudes, volver a ser habitados con distintas órdenes. Es el caso de Ferreira de Pantón, con Madres Bernardas; Oseira, con monjes de la Estricta Observancia; o Armentaria o Sobrado, donde se mantiene la orden cisterciense.

Un tercer grupo, los menos, son reutilizados para distintos usos: Xunqueira de Espadanedo, con oficinas municipales; en Montederramo funcionó un colegio público hasta hace poco; al igual que Oseira, utilizado como cárcel después de la Guerra Civil. Y, en plena burbuja inmobiliaria, llegaron los complejos hoteleros, que se materializaron en S. Clodio y Aciveiro; y a lo que hoy aspiran, en penosas condiciones de degradación, Melón, Oia y Monfero.

 El caso de Monfero

Monfero desde la desamortización navega entre la ruina, la ensoñación y la intervención. La primera ensoñación fue la de Rodrigo Pardo, propietario de la fábrica de curtidos “La América”, quien, salvado de un naufragio al invocar a la Virgen de la Cela, prometió volver a llevar monjes a Monfero. Lo intentó todo, pero murió en 1929 sin haberlo conseguido, aunque no hay duda de que sus desvelos retrasaron durante décadas la ruina del monasterio.

La siguiente ensoñación fue la de pretender trasladar la iglesia de Monfero a S. Pedro de Mezonzo (A Coruña), en 1951, tras informe realizado por el arquitecto Pons Sorolla. El proyecto, que hoy nos pone los pelos de punta, contó con el decidido rechazo de Isaac Díaz Pardo y Luís Seoane. Pese a ser declarado Monumento Histórico-Artístico en 1931, el deterioro fue espectacular, lo que obligó, por fin,  a decididas intervenciones, desde la década de los sesenta hasta la de los noventa del siglo pasado, bajo las direcciones de Pons Sorolla y Rodríguez Losada.

 

Uno de los claustros del monasterio

Estas intervenciones consiguieron detener la ruina y que el monasterio pudiera ser visitado dignamente. Y ello con las medidas encaminadas a favorecer la circulación de personas con seguridad, bajo el cuidado del Concello de Monfero. De haberse seguido con la restauración progresiva, como postulaba Rodríguez Losada, hoy el monasterio estaría mejor que nunca y no habríamos retrocedido décadas. Pero hay que decir que las intervenciones no contaron con un proyecto claro, sostenible e ilusionante que diera nueva vida al monasterio.

Y aquí llegó la siguiente ensoñación: la de convertir a Monfero en un hotel spa de lujo de 4 estrellas. El desarrollo del proyecto, comenzado con la cesión, en el 2003, del Arzobispado de Santiago a la Xunta de Galicia por un periodo de 99 años, luego rectificado a 50, seguido de un concurso de ideas en 2004, fue tan tortuoso que resulta sonrojarte contar los pormenores.

 

A todas luces es un proyecto no sostenible, que no garantiza la inversión permanente que necesita el monasterio, sobre todo en la descomunal iglesia y, por mucho que se diga, no garantiza el disfrute pleno del monasterio por parte de los visitantes ni respeta su milenaria historia; de tal manera que expresiones como “non estamos a restaurar un mosteiro, estamos a construír un hotel” nos vuelven a poner los pelos de punta. Ciertamente, la idea parece haberse materializado en S. Clodio, pero con connotaciones muy distintas a Monfero. 

Un gran centro de interpretación del monacato cisterciense

La relevancia que tuvieron los monasterios cistercienses en nuestra historia debe de ser puesta en valor y ser conservada en la memoria colectiva. La idea ha calado en la Asociación de Monasterios del Císter de Galicia, creada en el 2015, que ha empezado a remover conciencias. En la comarca Eumesa los edificios históricos se han orientado a la difusión cultural.

El Torreón de Pontedeume, el castillo de Andrade, el convento  de agustinos de Pontedeume, Montefaro, el románico eumés, constituyen, junto al Parque Fragas del Eume, un complejo cultural y turístico de primera magnitud que, con la creación del centro de Interpretación del monacato cisterciense en Monfero que necesita Galicia, elevaría su atractivo hasta cotas insospechadas.

 

Fachada de la iglesia

Sería un proyecto sostenible, de restauración permanente, que respetaría las ruinas consolidadas que ya forman parte de su historia, como quería Torres Balbás y, en gran medida, el arquitecto Losada. Sería un proyecto en el que la mayor parte de los beneficios revertirían en un monasterio que, como  toda vivienda, necesita arreglos continuos.

Pero, a pesar de lo dicho, ojalá estemos equivocados y el hotel pudiera ser la solución. Mientras tanto, si llega lo inevitable, volvamos a limpiarlo y a quitar las humedades, y a dejar al Concello de Monfero gestionar el monumento en favor del disfrute de los fieles, ciudadanos y contribuyentes, verdaderos propietarios morales de un monasterio que durante cientos de años, con sus impuestos, contribuyeron a edificar.

 

Carlos de Castro Álvarez es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. Profesor de Geografía y Historia en el IES Breamo de Pontedeume. Cofundador de la revista Cátedra, Revista eumesa de estudios y de la editorial Espino Albar.
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