Una polémica arquitectónica

Nuevos materiales como el hierro, el cemento o, posteriormente, el cristal se han incorporado a la reconstrucción del patrimonio histórico

San Miguel de Breamo, en Pontedeume

El interés por preservar nuestro patrimonio trajo consigo, como no podía ser de otra manera, la controversia de cómo acometer las intervenciones en los edificios. Porque un edificio, como si fuese un ser vivo, nace o se construye, envejece, se deteriora y se reconstruye, llegando incluso a desaparecer, lo que sucede en muchos casos. Los románticos, con su gusto por el pasado, propugnaron la reconstrucción de los edificios tal y como habían sido construidos. Viollet-le Duc (1814-1879), arquitecto e historiador francés fascinado por el gótico, en un momento en el que se afianza el concepto de estilo, aboga por una “restauración de estilo” yendo, si era necesario, más allá de la propia historia del edificio.

El sociólogo y crítico de arte inglés John Ruskin (1819-1900) era partidario de la no intervención, es decir, de dejar envejecer al edificio hasta su desaparición, aunque al final hubiese que sostenerlo con antiestéticos apuntalamientos; algo así como el bastón que pudiese necesitar un anciano. Por último, el italiano Camilo Boito (1836-1914) vuelve al concepto de restauración, siendo necesario, entre otras cosas, el conocimiento de la historia del monumento y diferenciar lo restaurado del resto del edificio.

Digamos que la polémica tiene lugar en un momento en el que triunfa la arquitectura historicista que pretende recrear estilos del pasado (las iglesias neogóticas de las comarca del Eume y de Ferrolterra son un buen ejemplo) y en el que se incorporan a la construcción nuevos materiales como el hierro, el cemento o, posteriormente, el cristal. Esta polémica tiene sus ejemplos en nuestra comarca.

S. Xoán de Caaveiro

S. Juan de Caaveiro es un singular monasterio de canónigos regulares que supera la crisis bajomedieval, pero que no llega con vida a la Desamortización. Con unos priores ausentes y prebendarios, la torre barroca, construida en 1750, supone su canto del cisne. Abandonado poco después, queda a la deriva abocado a un deterioro sin límites. Sin embargo, Pío García Espinosa, abogado asentado en Pontedeume, fascinado por el lugar, amante de la caza y con recursos económicos, llega a un acuerdo con la archidiócesis de Santiago y acomete, poco antes de 1896, su reconstrucción. Su intervención supone un mal ejemplo de los postulados de Viollet-le Duc.

Mal ejemplo porque primó la utilidad (quería convertirlo en un vivienda familiar) y la economía de medios. Es así como derriba las casas de los canónigos de la entrada, la iglesia prioral, por entonces en avanzado estado de deterioro, y reedifica la pequeña iglesia de Sta. Isabel que había servido de panteón, abriendo en ella una puerta neorrománica imitando el Agnus Dei de la de Sta. María de Doroña.

 

 

La intervención, asesorada por el archivero de la catedral de Santiago Antonio López Ferreiro, contó con la reprobación posterior de Chamoso Lamas, primero comisario del servicio de defensa del patrimonio artístico y luego consejero provincial de patrimonio. Chamoso consideró la restauración como pastiche, falsificación y reproducción. Esta demoledora crítica supuso que su declaración de monumento histórico-artístico de interés provincial se retrasase hasta 1975.

El fin de las vicisitudes de esta declaración, paralela a la campaña que abogaba por su restauración (en la que había intervenido, entre otros organismos, el Centro de Iniciativas y Turismo “Ría de Ares”), abre un nuevo capítulo de la historia de Caaveiro que conducirá a que la Diputación de A Coruña se hiciese con la propiedad en 1994, no sin un extenuante proceso de expropiación. Fue así posible detener el progresivo deterioro que se venía produciendo desde la muerte de Pío García y llegar al momento actual.

Los ejemplos de S. Miguel de Breamo y Sta. María de Monfero

S. Miguel de Bramo fue también un pequeño monasterio de canónigos regulares. Fundado en el siglo XII, es abandonado a finales del siglo XVI. Su iglesia románica quiso ser como la de S. Martiño de Xuvia y se quedó en iglesia de una sola nave, amplio crucero y tres ábsides semicirculares. Con inscripción de 1187, totalmente abovedada, posee una bóveda de crucería que seguramente fue de las primeras de Galicia. Sufrió también el paso del tiempo: desparecen las casas de los canónigos del lado sur y la portada principal, reedificada en 1661, perdió su lenguaje románico, para, según Ángel del Castillo, parecer puerta de una fortaleza.

Nada más se podía hacer en un momento donde la iglesia se había convertido en ermita y faltaba mucho para los postulados de restauración de finales del XIX. Fue declarado de interés histórico-artístico en 1931, pero la dejadez con la que se deterioraba el edificio parecía responder a los postulados de John Ruskin. En la década de los veinte del siglo XX, precedida de una campaña en la prensa con artículos titulados “Un monumento en peligro”, se acomete una intervención de afianzamiento de la fachada y se eliminan en el interior los añadirnos discordantes con el estilo románico que la afeaban sobremanera. Un capítulo final, muy del gusto de Viollet-le Duc, es la restauración del rosetón de la fachada norte y la colocación de un rosetón en la fachada principal en lugar de la saetera, donde indudablemente existió uno, como lo demuestran los restos de rosetón en la parte interior.

 

 

Sta. María de Monfero fue monasterio benedictino acotado por Alfonso VII en 1135. Con una descomunal iglesia barroca y tres claustros, rivalizó con Sobrado en el hiperdesarrollo constructivo que experimentaron los monasterios cistercienses. Algún autor, con razón, llegó a decir que en él nunca dejó de oírse la piqueta del cantero. La desamortización paró en seco cientos de años de rezos y estudio.

Su deterioro solo se vio frenado por la consistencia de su fábrica, pero las inclemencias del tiempo, como antes la piqueta de los canteros, siguieron realizando su trabajo. Y por fin se pusieron en marcha los postulados de Camilo Boito: el derrumbe de parte del ala norte del claustro de las procesiones es resuelto por Rodríguez Losada en 1993 sin recurrir a los postulados de estilo, utilizando materiales diferenciados, entre ellos, el cristal.

Aunque en realidad se aplica en él todo el saber acumulado en restauración hasta la actualidad. En 1879 un rayo había derribado la esquina izquierda de la fachada, lo que remedia rápidamente la generosidad de Rodrigo Pardo, propietario de la fábrica de curtidos “La América” y devoto de la Virgen de la Cela. En 1970 Pon Sorolla consolida la fachada y en 2010 se acomete, entre otras intervenciones, la restauración de la bóveda del refectorio, colocando las mismas piedras venidas abajo.

En los últimos años se habla de realizar obras faraónicas tipo hotel o spa. Tales proyectos atentan contra el sentido común y contra la dignidad de un edificio con 800 años de historia. Ciertamente, los postulados de John Ruskin eran un tanto radicales, pero consolidar el edificio, detener su deterioro y mantener su entorno digno para que pueda ser visitado y gozado por las generaciones venideras, como parte importante de nuestra historia y de lo que somos, no lo es.

 

Carlos de Castro Álvarez es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. Profesor de Geografía y Historia en el IES Breamo de Pontedeume. Cofundador de la revista Cátedra, Revista eumesa de estudios y de la editorial Espino Albar.
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